Estos arrebatos de orgullo y vanidad se apoderan a veces de las más míseras
criaturas y cobran la forma de una necesidad furiosa e irresistible. Por otra
parte, Catalina Ivanovna no era de esas personas que se aturden ante la
desgracia. Los reveses de fortuna podían abrumarla, pero no abatir su moral ni
anular su voluntad.
Tampoco hay que olvidar que Sonetchka afirmaba, y no sin razón, que no
estaba del todo cuerda. Esto no era cosa probada, pero últimamente, en el
curso de todo un año, su pobre cabeza había tenido que soportar pruebas
especialmente rudas. En fin, también hay que tener en cuenta que, según los
médicos, la tisis, en los períodos avanzados de su evolución, perturba las
facultades mentales.
Las botellas no eran numerosas ni variadas. No se veía en la mesa vino de
Madera: Lujine había exagerado. Había, verdad es, otros vinos, vodka, ron,
oporto, todo de la peor calidad, pero en cantidad suficiente. El menú, preparado
en la cocina de Amalia Ivanovna, se componía, además del kutia ritual, de tres
o cuatro platos, entre los que no faltaban los populares crêpes.
Además, se habían preparado dos samovares para los invitados que quisieran
tomar té o ponche después de la comida.
Catalina Ivanovna se había encargado personalmente de las compras ayudada
por un inquilino de la casa, un polaco famélico que habitaba, sólo Dios sabía
por qué, en el departamento de la señora Lipevechsel y que desde el primer
momento se había puesto a disposición de la viuda. Desde el día anterior había
demostrado un celo extraordinario. A cada momento y por la cuestión más
insignificante iba a ponerse a las órdenes de Catalina Ivanovna, y la perseguía
hasta los Gostiny Dvor, llamándola pani comandanta. De aquí que, después de
haber declarado que no habría sabido qué hacer sin este hombre, Catalina
Ivanovna acabara por no poder soportarlo. Esto le ocurría con frecuencia: se
entusiasmaba ante el primero que se presentaba a ella, lo adornaba con todas
las cualidades imaginables, le atribuía mil méritos inexistentes, pero en los que
ella creía de todo corazón, para sentirse de pronto desencantada y rechazar
con palabras insultantes al mismo ante el cual se había inclinado horas antes
con la más viva admiración. Era de natural alegre y bondadoso, pero sus
desventuras y la mala suerte que la perseguía le hacían desear tan
furiosamente la paz y el bienestar, que el menor tropiezo la ponía fuera de sí, y
entonces, a las esperanzas más brillantes y fantásticas sucedían las
maldiciones, y desgarraba y destruía todo cuanto caía en sus manos, y
terminaba por dar cabezadas en las paredes.
Amalia Feodorovna adquirió una súbita y extraordinaria importancia a los ojos
de Catalina Ivanovna y el puesto que ocupaba en su estimación se amplió
considerablemente, tal vez por el solo motivo de haberse entregado en alma y
vida a la organización de la comida de funerales. Se había encargado de poner
la mesa, proporcionando la mantelería, la vajilla y todo lo demás, amén de
preparar los platos en su propia cocina.
Catalina Ivanovna le había delegado sus poderes cuando tuvo que ir al
cementerio, y Amalia Feodorovna se había mostrado digna de esta confianza.
La mesa estaba sin duda bastante bien puesta. Cierto que los platos, los
vasos, los cuchillos, los tenedores no hacían juego, porque procedían de aquí y
de allá; pero a la hora señalada todo estaba a punto, y Amalia Feodorovna,
consciente de haber desempeñado sus funciones a la perfección, se
pavoneaba con un vestido negro y un gorro adornado con flamantes cintas de
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