¡Y en este momento! le reprochó Rasumikhine.
Dunia miraba a su hermano con una sorpresa llena de desconfianza. Él, con la
gorra en la mano, se disponía a marcharse.
¡Cualquiera diría que nos vamos a separar para siempre! exclamó en un tono
extraño . No me enterréis tan pronto.
Y sonrió, pero ¡qué sonrisa aquélla!
Sin embargo dijo distraídamente , ¡quién sabe si será la última vez que nos
vemos!
Había dicho esto contra su voluntad, como reflexionando en voz alta.
Pero ¿qué te pasa, Rodia? preguntó ansiosamente su madre.
¿Dónde vas? preguntó Dunia con voz extraña.
Me tengo que marchar repuso.
Su voz era vacilante, pero su pálido rostro expresaba una resolución
irrevocable.
Yo quería deciros... continuó . He venido aquí para decirte, mamá, y a ti
también, Dunia, que... debemos separarnos por algún tiempo... No me siento
bien... Los nervios... Ya volveré... Más adelante..., cuando pueda. Pienso en
vosotros y os quiero. Pero dejadme, dejadme solo. Esto ya lo tenía decidido, y
es una decisión irrevocable. Aunque hubiera de morir, quiero estar solo.
Olvidaos de mí: esto es lo mejor... No me busquéis. Ya vendré yo cuando sea
necesario..., y, si no vengo, enviaré a llamaros. Tal vez vuelva todo a su cauce;
pero ahora, si verdaderamente me queréis, renunciad a mí. Si no lo hacéis,
llegaré a odiaros: esto es algo que siento en mí. Adiós.
¡Dios mío! exclamó Pulqueria Alejandrovna.
La madre, la hermana y Rasumikhine se sintieron dominados por un profundo
terror.
¡Rodia, Rodia, vuelve a nosotras! exclamó la pobre mujer.
Él se volvió