La mirada ardiente y fija de Raskolnikof parecía cada vez más penetrante, y
Rasumikhine tenía la impresión de que le taladraba el alma. De súbito, el
estudiante se estremeció. Algo extraño acababa de pasar entre ellos. Fue una
idea que se deslizó furtivamente; una idea horrible, atroz y que los dos
comprendieron... Rasumikhine se puso pálido como un muerto.
¿Comprendes ahora? preguntó Raskolnikof con una mueca espantosa .
Vuelve junto a ellas añadió. Y dio media vuelta y se fue rápidamente.
No es fácil describir lo que ocurrió aquella noche en la habitación de Pulqueria
Alejandrovna cuando regresó Rasumikhine; los esfuerzos del joven para
calmar a las dos damas, las promesas que les hizo. Les dijo que Rodia estaba
enfermo, que necesitaba reposo; les aseguró que volverían a verle y que él iría
a visitarlas todos los días; que Rodia sufría mucho y no convenía irritarle; que
él, Rasumikhine, llamaría a un gran médico, al mejor de todos; que se
celebraría una consulta... En fin, que, a partir de aquella noche, Rasumikhine
fue para ellas un hijo y un hermano.
IV
Raskolnikof se fue derecho a la casa del canal donde habitaba Sonia. Era un
viejo edificio de tres pisos pintado de verde. No sin trabajo, encontró al portero,
del cual obtuvo vagas indicaciones sobre el departamento del sastre
Kapernaumof. En un rincón del patio halló la entrada de una escalera estrecha
y sombría. Subió por ella al segundo piso y se internó por la galería que
bordeaba la fachada. Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió
de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte maquinalmente.
¿Quién va? preguntó una voz de mujer con inquietud.
Soy yo, que vengo a su casa dijo Raskolnikof.
Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela ardía sobre
una bandeja llena de abolladuras que descansaba sobre una silla
desvencijada.
¡Dios mío! ¿Es usted? gritó débilmente Sonia, paralizada por el estupor.
¿Es éste su cuarto?
Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo esfuerzos por no
mirar a la muchacha.
Un momento después llegó Sonia con la vela en la mano. Depositó la vela
sobre la mesa y se detuvo ante él, desconcertada, presa de extraordinaria
agitación. Aquella visita inesperada le causaba una especie de terror. De
pronto, una oleada de sangre le subió al pálido rostro y de sus ojos brotaron
lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran vergüenza en la
que había cierta dulzura. Raskolnikof se volvió rápidamente y se sentó en una
silla ante la mesa. Luego paseó su mirada por la habitación.
Era una gran habitación de techo muy bajo, que comunicaba con la del sastre
por una puerta abierta en la pared del lado izquierdo. En la del derecho había
otra puerta, siempre cerrada con llave, que daba a otro departamento. La
habitación parecía un hangar. Tenía la forma de un cuadrilátero irregular y un
aspecto destartalado. La pared de la parte del canal tenía tres ventanas. Este
muro se prolongaba oblicuamente y formaba al final un ángulo agudo y tan
profundo, que en aquel rincón no era posible distinguir nada a la débil luz de la
vela. El otro ángulo era exageradamente obtuso.
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