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EDUCACIÓN Y VOCACIÓN JÓVENES VIOLENTOS Un grave problema con un principio de solución: el ejercicio de la comprensión y de la autoridad por parte de los adultos formadores, competentes y considerados con quienes conviven. En general los jóvenes ejercen sin problemas la capacidad de tener sentimientos positivos hacia otras personas, de compartir, cooperar o ser útiles a un grupo. Pero, los hay también quie- nes van en contra de todo eso, que hacen sufrir a los demás, que provocan daños a sus pares, y que rechazan hasta las más básicas normas de convivencia. Estos últimos, no obstante, pa- recen seguir normas específicas de los deportes que practican, y de los ámbitos a los que concurren voluntariamente como los clubes deportivos a los que pertenecen. A su vez hay jóvenes que también parecen imitar la violencia implícita o explícita que les proveen los medios de comunicación y juegos electrónicos. También aquellos motivados por conseguir una posición de po- der en sus grupos. Y, en general, porque observan que los resul- tados de tales conductas son posibles de realizar, muchas veces impunemente. Cierto es que cada vez es más habitual encontrar proble- mas de convivencia entre grupos de jóvenes, y que los actos de violencia entre los mismos se repiten. Es importante estar conscientes de que nos encontramos ante una problemática educativa, más que psicológica. Si bien los jóvenes se pueden deprimir, tener problemas psi- cológicos y hasta sufrir enfermedades mentales; no es atinado psiquiatrizar ni psicologizar todos los malestares de sus vidas. No todos los problemas de conducta que manifiestan estos jó- venes violentos son atribuibles a problemas psicológicos. Pero, no es menos cierto que los adultos educadores (do- centes, entrenadores, instructores, etc.) no terminan de asumir 48 la responsabilidad y el rol que les toca en dicha problemática. Ellos pueden ayudar a prevenir conductas en los jóvenes con los que interactúan por medio de un trabajo enmarcado en dos parámetros básicos: la comprensión del estado emocional del joven, por un lado, y el ejercicio de la necesaria autoridad por el otro. Así, la tarea del adulto docente debería trascender el aspecto académico, el del entrenamiento, el de la instrucción, alcanzan- do también a comprender al joven estudiante, practicante, o de- portista. Acercarse a la realidad emocional de los jóvenes. A su situación personal y familiar. Disponiendo de un espacio para el tratamiento de tan sensible aspecto dentro de la actividad que desarrolle el joven. Asimismo, junto a toda la libertad que se pueda otorgar en tal desarrollo, debe indefectiblemente ejercerse la autoridad que sea necesaria. Nunca resultará nocivo y contraproducente para el joven conocer los límites de la conducta a seguir, cuando toda la libertad que es posible otorgar se ha visto superada. Las pautas de acción de toda actividad con jóvenes deberían incorporar contenidos referidos a valores y principios, a la moral y la ética, -o a las normas y su aceptación-llegando a convertir esta reflexión en eje central de los planes formativos de cual- quier actividad que emprendan los jóvenes. Reflexión que debe incluir necesariamente la de los propios adultos educadores quienes son los verdaderos guías, los encargados de organizar a los jóvenes, de programar las estrategias, de moderar, de ayudar a la regulación de los conflictos y de preparar un motivador y