producción de condiciones precarias de existencia, desplaza al de la razón crítica.
Así como en el capitalismo la vida humana se organiza en torno a la producción de valor, en el deporte las actividades humanas tienen como fundamento la producción de resultados. Si en las formas de trabajo tradicionales obreros y empresarios se enfrentaban día a día por sus intereses contradictorios (el pago “justo” de la fuerza de trabajo), en el ámbito deportivo entrenadores y atletas buscan los mismos resultados. El beneficio de uno es también el del otro, aun cuando uno de ellos sea quien día a día recibe el dolor necesario para incrementar la productividad y el otro sea el administrador de esa forma peculiar y legitimada de violencia. La complementariedad de los roles, funcional al proceso de entrenamiento, es recuperada con astucia en el capitalismo neoliberal a través de la retórica de los “colaboradores”, la especialización flexible y el trabajo en equipo, estrategias que favorecen la precarización laboral y la privatización de la gestión individual de la vida. A pesar de sus diferencias, lo que torna equivalentes a todas estas situaciones es que la productividad, tanto en el deporte como en los procesos de producción capitalista, se sostiene sobre la extracción de una fuerza del cuerpo, productora de valor y plusvalor. El trabajador en la fábrica, el empleado de servicios, el trabajador flexible y el deportista de alto rendimiento son expresiones de la generalización de una relación con el cuerpo cuya variable dominante es la productividad.
Los imperativos de rendimiento, productividad y competitividad fueron impulsados como estructuras subjetivas necesarias para sobrevivir a las condiciones neoliberales de vida. Fueron, mucho antes, actitudes necesarias de la vida deportiva, antecesoras a la consolidación del neoliberalismo como una nueva etapa del capitalismo. Más que un resultado de las nuevas formas de producción de valor que integran las variables subjetivas al análisis de los cálculos económicos, el deporte fue un importante inspirador de este espíritu neoliberal que opera deportivizando diferentes esferas de la vida.
La ofensiva sensible desplegada por el neoliberalismo promueve una creciente expansión de las fronteras productivas del cuerpo. Es decir, al valorizar otros aspectos subjetivos más allá del rendimiento fisiológico y la destreza técnica, expande las dimensiones productivas corporales inaugurando un nuevo terreno de rentabilidad. La producción de conocimiento psicológico orientado al deporte en el siglo XX mostraba la ampliación de los ámbitos subjetivos entrenables para la mejora de resultados. Técnicas y saberes psicológicos aplicados al deporte nos muestran la temprana identificación de la función que cumplen las variables cualitativas del sujeto en las formas de producción de valor. Con el ascenso de las formas flexibles de producción, las capacidades, competencias y habilidades individuales se consolidaron como aspectos significativos en los cálculos económicos. Si tempranamente las calorías fueron el patrón de medida del rendimiento del cuerpo –y la fatiga su manifestación de agotamiento–, el capitalismo neoliberal actualizó los parámetros incluyendo la dimensión emocional de los individuos como un asunto determinante de la producción de valor, cuya expresión de inadecuación se manifiesta en síntomas como la depresión, la ansiedad, el estrés o el déficit atencional. Como contrapartida, concentración, motivación, responsabilidad, actitud positiva, regulación y gestión emocional son algunos de los atributos exigidos tanto al emprendedor neoliberal como al deportista de élite.
Expresión de lo siempre igual que se actualiza como novedad en cada nuevo campeonato, los deportes de alto rendimiento son la estetización de los dispositivos de extracción de valor corporal. Los Juegos Olímpicos constituyen un espectáculo de este extractivismo del cuerpo en el que se intensifican los mecanismos de explotación de recursos corporales en forma ampliada, expandiendo permanentemente las fronteras productivas hacia esferas subjetivas no exploradas, produciendo ganancias que benefician especialmente a instituciones, organizaciones y empresas que patrocinan a quienes son fuente de valor, con la contrapartida de degradar las condiciones subjetivas y corporales de esos productores. Los mecanismos extractivos inducen a la precarización del pensamiento y de la experiencia. Operativizados mediante grandes inversiones de capital, producen, por un lado, un desplazamiento o supresión de prácticas y relaciones con el cuerpo que no pueden ser asimiladas a las dinámicas deportivas, competitivas y productivas. Por otro lado, son promotores de una creciente mercantilización y deportivización de las prácticas corporales de las que sí es posible extraer valor (por ejemplo, incorporando nuevos deportes olímpicos a cada edición de los Juegos), estructurando los espacios públicos hacia estos cometidos y reduciendo la relación con el cuerpo a parámetros de rendimiento y productividad medibles y comparables.
La violencia es un factor común del extractivismo, tanto sobre la naturaleza y las poblaciones implicadas en la adquisición de productos mineros, petroleros o agrícolas, como sobre los cuerpos, constantemente sometidos a mecanismos de maximización del rendimiento y adaptación a nuevas cargas. Maquinaria, productos químicos y tecnología son los brazos técnicos comunes a estas relaciones extractivas que movilizan crecientes flujos de capital y operan de forma degradante sobre sus fuentes de valor.
Las formas de vida naturalizadas por el rendimiento deportivo se han incorporado a la trama vital e integran el paisaje subjetivo que organiza las maneras en que percibimos, interpretamos y comprendemos el cuerpo. El deporte de alto rendimiento ha sido solidario con un realismo corporal que nos impide pensar alternativas a la forma en que nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos. El potencial fascinante de los Juegos Olímpicos y su retórica sacrificial tal vez puedan ser la ocasión, no solo de dotar de valor estético a este extractivismo corporal que esquematiza nuestras vidas, sino también de recuperar el pensamiento crítico y preguntarnos cuánto vale un cuerpo, exigiendo respuestas que prescindan del sentido económico para avanzar en uno ético y político.