Contemporânea Contemporânea #12 | Page 28

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JOGOS OLÍMPICOS

LOS JUEGOS OLIMPICOS

ESPETÁCULO DEL EXTRACTIVISMO DEL CUERPO

Cecília Seré

Los Juegos Olímpicos son el mayor espectáculo deportivo a nivel global. Reúnen a más de diez mil atletas, convocan a millones de espectadores y movilizan miles de millones de dólares en infraestructura, seguridad, traslados y publicidad.

Al igual que todos los mega-eventos deportivos, los Juegos Olímpicos son una expresión concentrada de la creciente estetización de la vida que se difumina y actualiza con cada dispositivo de la industria cultural. En nombre del deporte y sus beneficios, los atletas se someten a entrenamientos extremos, los países anfitriones realizan enormes gastos públicos, una gran cantidad de personas son desplazadas con el pretexto de la seguridad necesaria en el evento y otras tantas son sometidas a trabajos extenuantes y peligrosos para llegar a tiempo con los preparativos de cada campeonato. Así y todo, sabiendo de sus contradicciones, en cada edición disfrutamos de este espectáculo corporal y nos entregamos a la fascinación deportiva.

Los cuerpos entrenados confirman el triunfo de la razón instrumental. Rememorando un espíritu de pureza heredado del ideal olímpico, los deportistas de alto rendimiento son representantes de la perfección corporal, embajadores del principio de adaptabilidad que se impone como necesario para sobrellevar las actuales condiciones de vida. Al entrenar, adaptan sus cuerpos a estímulos crecientes y si bien el componente lúdico integra de diferentes maneras la mayoría de las prácticas deportivas, no podemos negar que el sufrimiento forma parte de este proceso de adecuación. Los protagonistas de la diversión organizada lo son también del dolor planificado. Los atletas son patrocinantes del imperativo de rendimiento naturalizado en nuestras formas contemporáneas de existencia. Con los mega-eventos deportivos esta exigencia retorna sobre los espectadores, que experimentan con una aparente simpleza y naturalidad los obstáculos dispuestos en cada prueba. El rendimiento esperado hace olvidar el sacrificio exigido tanto como la dificultad de la tarea. El espectáculo deportivo acostumbra a deportistas y espectadores al continuo maltrato, al dolor necesario para la superación, a la resistencia y el adiestramiento de nuestra actual condición humana.

El récord justifica los medios. Logros inalcanzables y metas imposibles vuelven al deporte fascinante. Los juegos olímpicos son parte de la industria de la diversión y la fascinación. Son parte, también, de una industria de promesas. El deporte de alto rendimiento expresa y promueve una forma de vida consagrada con el capitalismo neoliberal, en el que la oposición entre lo permitido y lo prohibido, que organizaba las formas culturales del capitalismo fordista, es sustituida por la división entre lo posible y lo imposible. Despreciadas las decisiones fundadas en límites éticos y políticos (los límites del capitalismo, del rendimiento, de la producción, de la explotación de los recursos naturales, de los usos de la tecnología, etc.) desaparecen las restricciones para las expectativas corporales. Quererlo todo y poderlo todo. Sin límites, todo parece posible. En el deporte como en la vida, el discurso voluntarista, que tan solidario es con la producción de condiciones precarias de existencia, desplaza al de la razón crítica.

 Así como en el capitalismo la vida humana se organiza en torno a la producción de valor, en el deporte las actividades humanas tienen como fundamento la producción de resultados. Si en las formas de trabajo tradicionales obreros y empresarios se enfrentaban día a día por sus intereses contradictorios (el pago justo de la fuerza de trabajo), en el ámbito deportivo entrenadores y atletas buscan los mismos resultados. El beneficio de uno es también el del otro, aun cuando uno de ellos sea quien día a día recibe el dolor necesario para incrementar la productividad y el otro sea el administrador de esa forma peculiar y legitimada de violencia. La complementariedad de los roles, funcional al proceso de entrenamiento, es recuperada con astucia en el capitalismo neoliberal a través de la retórica de los “colaboradores”, la especialización flexible y el trabajo en equipo, estrategias que favorecen la precarización laboral y la privatización de la gestión individual de la vida. A pesar de sus diferencias, lo que torna equivalentes a todas estas situaciones es que la productividad, tanto en el deporte como en los procesos de producción capitalista, se sostiene sobre la extracción de una fuerza del cuerpo, productora de valor y plusvalor. El trabajador en la fábrica, el empleado de servicios, el trabajador flexible y el deportista de alto rendimiento son expresiones de la generalización de una relación con el cuerpo cuya variable dominante es la productividad.

 

Los imperativos de rendimiento, productividad y competitividad fueron impulsados como estructuras subjetivas necesarias para sobrevivir a las condiciones neoliberales de vida. Fueron, mucho antes, actitudes necesarias de la vida deportiva, antecesoras a la consolidación del neoliberalismo como una nueva etapa del capitalismo. Más que un resultado de las nuevas formas de producción de valor que integran las variables subjetivas al análisis de los cálculos económicos, el deporte fue un importante inspirador de este espíritu neoliberal que opera deportivizando diferentes esferas de la vida.

 

La ofensiva sensible desplegada por el neoliberalismo promueve una creciente expansión de las fronteras productivas del cuerpo. Es decir, al valorizar otros aspectos subjetivos más allá del rendimiento fisiológico y la destreza técnica, expande las dimensiones productivas corporales inaugurando un nuevo terreno de rentabilidad. La producción de conocimiento psicológico orientado al deporte en el siglo XX mostraba la ampliación de los ámbitos subjetivos entrenables para la mejora de resultados. Técnicas y saberes psicológicos aplicados al deporte nos muestran la temprana identificación de la función que cumplen las variables cualitativas del sujeto en las formas de producción de valor. Con el ascenso de las formas flexibles de producción, las capacidades, competencias y habilidades individuales se consolidaron como aspectos significativos en los cálculos económicos. Si tempranamente las calorías fueron el patrón de medida del rendimiento del cuerpo –y la fatiga su manifestación de agotamiento–, el capitalismo neoliberal actualizó los parámetros incluyendo la dimensión emocional de los individuos como un asunto determinante de la producción de valor, cuya expresión de inadecuación se manifiesta en síntomas como la depresión, la ansiedad, el estrés o el déficit atencional. Como contrapartida, concentración, motivación, responsabilidad, actitud positiva, regulación y gestión emocional son algunos de los atributos exigidos tanto al emprendedor neoliberal como al deportista de élite.

 

Expresión de lo siempre igual que se actualiza como novedad en cada nuevo campeonato, los deportes de alto rendimiento son la estetización de los dispositivos de extracción de valor corporal. Los Juegos Olímpicos constituyen un espectáculo de este extractivismo del cuerpo en el que se intensifican los mecanismos de explotación de recursos corporales en forma ampliada, expandiendo permanentemente las fronteras productivas hacia esferas subjetivas no exploradas, produciendo ganancias que benefician especialmente a instituciones, organizaciones y empresas que patrocinan a quienes son fuente de valor, con la contrapartida de degradar las condiciones subjetivas y corporales de esos productores. Los mecanismos extractivos inducen a la precarización del pensamiento y de la experiencia. Operativizados mediante grandes inversiones de capital, producen, por un lado, un desplazamiento o supresión de prácticas y relaciones con el cuerpo que no pueden ser asimiladas a las dinámicas deportivas, competitivas y productivas. Por otro lado, son promotores de una creciente mercantilización y deportivización de las prácticas corporales de las que sí es posible extraer valor (por ejemplo, incorporando nuevos deportes olímpicos a cada edición de los Juegos), estructurando los espacios públicos hacia estos cometidos y reduciendo la relación con el cuerpo a parámetros de rendimiento y productividad medibles y comparables.

 

La violencia es un factor común del extractivismo, tanto sobre la naturaleza y las poblaciones implicadas en la adquisición de productos mineros, petroleros o agrícolas, como sobre los cuerpos, constantemente sometidos a mecanismos de maximización del rendimiento y adaptación a nuevas cargas. Maquinaria, productos químicos y tecnología son los brazos técnicos comunes a estas relaciones extractivas que movilizan crecientes flujos de capital y operan de forma degradante sobre sus fuentes de valor.

 

Las formas de vida naturalizadas por el rendimiento deportivo se han incorporado a la trama vital e integran el paisaje subjetivo que organiza las maneras en que percibimos, interpretamos y comprendemos el cuerpo. El deporte de alto rendimiento ha sido solidario con un realismo corporal que nos impide pensar alternativas a la forma en que nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos. El potencial fascinante de los Juegos Olímpicos y su retórica sacrificial tal vez puedan ser la ocasión, no solo de dotar de valor estético a este extractivismo corporal que esquematiza nuestras vidas, sino también de recuperar el pensamiento crítico y preguntarnos cuánto vale un cuerpo, exigiendo respuestas que prescindan del sentido económico para avanzar en uno ético y político.