Congresos y Jornadas Didáctica de las lenguas y las literaturas. | Page 438
sin cesar sobre el saber según un discurso que ya no es epistemológico sino dramáti-
co (1993, pp.124-125).
Los participantes, desde su lectura intuitiva, y nosotras, las coordinadoras, desde una lec-
tura bien o mal calificada de académica, escarbamos a través del cruce de ideas, de abduc-
ciones, de relecturas al azar y no tanto, esos giros de los saberes que los escritores nos pro-
ponen en sus obras.
De este modo, poco a poco, vamos personificando la idea del buen lector de Vladimir Na-
bokov dado que "una y otra vez [hemos] salvado al artista de su destrucción a manos de
emperadores, dictadores, sacerdotes, puritanos, filisteos, moralistas, políticos, policías, ad-
ministradores de Correos y mojigatos" (2016).
Y año tras año, en la elección de las obras pudimos derribar el mito de que un buen lector
sólo lee los clásicos, o los relee, como irónicamente observó Ítalo Calvino. Nadie duda
que elegir a los clásicos es apuntar a lo seguro, dado que el paso del tiempo se ha ocupado
de realizar una depuración; pero nuestras idas y vueltas, entre éstos y los contemporáneos,
nos demostró que no es un acto contrario sino complementario. La oposición no desapare-
ce pero no es sinónimo de exclusión sino, como propone Tzvetan Todorov, es trabajar con
las intersecciones, los puntos de encuentro, los matices, las "zonas grises". Es decir, en
nuestros Talleres buscamos un tercer camino que reduzca el conflicto pero no la oposición:
un camino que lleve a la contigüidad de los contrarios, tal como el mismo Todorov lo ex-
plica en el siguiente ejemplo:
La poesía no se confunde con el lenguaje cotidiano, sin embargo no se lo opone,
pues está hecha también de palabra y frases. Nace de las potencialidades del lengua-
je, pero magnificadas por la intervención del poeta. El ritmo, las figuras y los tropos,
el pensamiento, todo esto está en el lenguaje cotidiano. No se trata entonces de negar
el valor de éste sino más bien de pasar de un estado diluido a uno concentrado, de
una densidad débil a una fuerte (2003, p.257).
La contigüidad –esa propiedad que aprovechamos cada vez que nos embarcamos en nues-
tros debates, en esos simples pero no por ello menos profundos intercambios de ideas– nos
permite poner en juego nuestras propias enciclopedias culturales para hacer dialogar las
obras novedosas con las tradicionales, revalorizando así unas y otras. Diálogo que sólo es
posible cuando, en palabras de Hans-Georg Gadamer, reconocemos que
es falso contraponer un arte del pasado, con el cual se puede disfrutar, y un arte con-
temporáneo, en el cual uno, en virtud de los sofisticados medios de la creación artís-
tica, se ve obligado a participar. El concepto de juego se ha introducido precisamen-
te para mostrar que, en un juego, todos son co-jugadores. Y lo mismo debe valer
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