Congresos y Jornadas Didáctica de las lenguas y las literaturas. | Page 145

tura hacia adentro que supone la interrogación y la mirada crítica para exponer las ideas; este movimiento centrífugo puede vincularse con su pretendida metarreferencialidad (Albajari, 2004, p.229). Los ensayos, más allá de ciertas valoraciones negativas, circulan socialmente y habilitan muchas lecturas recortadas y sin el orden esperado y, además, un uso del len- guaje como sistema “interpretativo” diferenciado del “sistema de etiquetaje” propio de la academia (Cassany, 2000, p.3). Desde esta mirada, la negatividad se transforma en fortaleza pedagógica y política. El lenguaje ensayístico nos permite elaborar con los “otros” el sentido o sinsentido de la experiencia. De allí que el espacio grupal de un ta- ller habilite tanteos en los que la lectura compartida distingue el yo solipsista del que adquiere corporalidad a través de la voz que expone ante la de sus pares. La experiencia de la escritura de taller permite reflexionar sobre la importancia del lenguaje y pregun- tarnos con Larrosa “¿puede ser la lengua de la academia nuestra única lengua?” Con este interrogante, se pone el foco de atención en la capacidad de distinguir entre las len- guas que coexisten en una lengua. El modo en que decimos las cosas o las diversas ma- neras de decir nos ponen en diferentes relaciones con el mundo, con nosotros mismos y con los otros. Frente al “sistema de etiquetaje”, al que alude Cassany, que predomina en el cam- po educativo universitario y posibilita la reproducción obligatoria de aquellas voces que cantan los adelantos disciplinares a través de un lenguaje instituido (técnico, científico, académico) acerca de una realidad vacía y ordenada, el ensayo, con su voz deslenguada, menos convencional y planificada, permite compartir perplejidades y la manifestación de las experiencias de los sujetos con el objetivo de promover preguntas sin postular respuestas. De allí que sea necesaria una escritura con recortes, sin la pretensión de enunciar verdades absolutas; por eso es el momento de pensar en el estudiante como un sujeto que tiene mucho que decir desde su experiencia y es el ensayo el género que le permite revisar su yo intuitivo y construir el profesional, teóricamente sostenido, con el que terminarán egresando (Cano, 2008, p.11). Creemos con Larrosa que, para conocer la estructura profunda de una práctica, institucional hay que interrogarse por lo que prohíbe, averiguar cómo funcionan las es- tructuras de producción, transmisión y control del conocimiento. Los dispositivos de control del saber regulan nuestras prácticas de lectura y escritura. La ley más íntima del ensayo es cuestionar las fronteras. El ensayo no es una moda estética; más bien implica asumir un no-lugar en el mundo institucional y tratar de romper con las reglas de las 910