Congresos y Jornadas Didáctica de las Lenguas y las Literaturas - 2 | Page 1148
vida. Esto podría verse acentuado porque una de las características
del género consiste en que estas novelas poseen narradoras en primera persona. La identificación, en ese sentido sería mucho más directa y sencilla de consumar, pero no en el sentido, creemos, de que
se produzca una confusión entre lo que se presenta como real y
aquello que es ficticio, sino en el sentido en que Semán afirma que
en estas narrativas “cada lector encuentra, (…), un tramo que de alguna forma remite a su situación y que, al mismo tiempo, la modifica porque permite establecerla, fijarla como una posibilidad en el
caos de representaciones y emociones.” (2007:143).
Queda en suspenso por el momento la pregunta por la imposición de modelos femeninos de conducta y sexualidad que una larga
tradición de literatura para mujeres jóvenes ha desarrollado y de la
que podemos señalar antecedentes como Mujercitas (Louisa May Alcott, 1868) o Ana de las tejas verdes (Lucy Maud Montgomery, 1908), a
las que también podríamos aplicarles la anacrónica denominación
de sagas románticas, dado que están constituidas por una serie de
novelas que acompañan las vidas de los personajes a medida que se
desarrollan, desde su infancia y adolescencia, hasta sus noviazgos y
casamientos. Recurrentemente en este tipo de literatura, se presentan flirteos y noviazgos signados por la predestinación del amor, las
dificultades de concreción, cuando no la imposibilidad. Detrás de
estos obstáculos puede leerse una prédica moralista que en algunos
casos se presenta mucho más claramente ‒caso de la relación entre
Bella y Edward en la saga Crepúsculo de la que hemos dado cuenta
anteriormente (López Corral, 2012)‒ y se puede pensar en términos
de una educación sentimental destinada a señalar para las adolescentes un deber ser y un deber comportarse en tanto jóvenes y en
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Investigación y Práctica en Didáctica de las Lenguas