Congresos y Jornadas Didáctica de las Lenguas y las Literaturas - 2 | Page 1117

[2] Tal vez el ensayo existió siempre y sea lícito otorgar este nombre a ciertas piezas de Platón, a los tratados morales de Seneca, a Los oficios de Cicerón o a ciertos escritos de San Agustín; sin embargo, la denominación parece originarse en el advenimiento de una interpretación científica de la realidad, en la que el ensayo – como su nombre lo indica– presupone una formulación provisional, ni definitiva ni verificada, de las opiniones que enuncia. Confirma esta presunción el hecho de que en la nomenclatura literaria el término ensayo en su acepción moderna haya surgido en el Renacimiento, cuando fue adoptado por Michel de Montaigne y por Francis Bacon. La mención de estos dos autores, por lo demás, permite formarse una idea de la elasticidad y amplitud que admite el ensayo, que puede ser comparativamente extenso, subjetivo y errático, en uno de sus extremos, y breve, conciso, objetivo y riguroso, en el otro. Sean cuales fueren el tono y la dimensión del ensayo, este debe resultar persuasivo y ha de crear en torno del lector una especie de sortilegio verbal, lo cual significa que el texto tiene que revelar ciertas virtudes de escritura y cierta cualidad de estilo que convierten a este género en uno de los ejercicios más exigentes y decantados de la prosa. Por consiguiente, si las ideas que expone pueden juzgarse provisionales, lo que confiere al ensayo su fuerza de convicción y su carácter definitivo es la forma en que es utilizado el lenguaje, la tersura expositiva que logra capturar al lector mediante una suerte de efecto hipnótico. Rest, Jaime. Conceptos fundamentales de la literatura moderna. Buenos Aires, CEAL, 1979. Investigación y Práctica en Didáctica de las Lenguas 1103