Comunion Revista Comunion nº 42 | Page 11

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Nací el 13 de diciembre de 1959 en Boñar (León), un hermoso pueblo de montaña en el eje subcantábrico de los Picos de Europa. Hijo de una humilde familia compuesta por el matrimonio y cinco hijos, recibí la formación religiosa en el clima católico que todo lo envolvía en España en los años 60. Mi padre trabajaba en las minas de carbón de la Confederación Hullera del Oeste y más tarde como fontanero. Mi madre se afanaba para que las cosas de casa estuviesen siempre a punto, con la digna compostura de las gentes sencillas. Los hijos, como en todas las casas, yendo a la escuela, y luego, durante los breves meses de verano, “tirando piedras” hasta bien tarde, cuando los mayores nos invitaban a regresar a casa porque había que “hacer los deberes”.

En el largo invierno (se dice que en Boñar hay solamente dos estaciones: el invierno... ¡y la del tren!) las frías tardes giraban en torno a la estufa, unas veces repasando lo aprendido en la escuela mientras mamá hacía la colada, planchaba..., otras jugueteando o escuchando historias y comiendo castañas asadas, mientras esperábamos el regreso de papá del trabajo para luego, tras la cena, charlar y jugar todos juntos a la baraja o al parchís. Afortunadamente, ¡todavía no teníamos televisión!

En nuestra sencilla casa, la Misa dominical no se saltaba; y nunca faltaba la oración al acostarse y al

P. Arsenio Llamazares, Ministro Provincial de España Norte

levantarse; y la presencia de Nuestra Señora era continua: ora un “¡Virgen del Camino querida!”, ora un “¡Ave María purísima!”... En este ambiente fue gestándose mi deseo de ser sacerdote.

Por la escuela del pueblo pasaban de vez en cuando frailes de una u otra Orden queriendo “reclutar” alguno. Yo me apuntaba a todos, pero ninguno volvió a dar señales de vida. Hasta que un día mi padre, que venía de trabajar en un pueblo cercano en casa de los padres de un ex fraile trinitario llamado Leonardo Acevedo, comentó que iban a venir los compañeros de éste. Cuando vinieron, subimos a hablar con ellos, me “apuntaron” para ir Salamanca a los cursillos de prueba, y resulté admitido. El 30 de septiembre de 1970 entré en el seminario. Y desde aquel día ¡hasta hoy! Éramos 99 seminaristas, de los que hoy quedamos dos. De Salamanca, con aproximadamente 15 años, pasé a Algorta, para hacer el “bachillerato superior”, tras lo cual comenzamos el noviciado en Salamanca el 30 de septiembre de 1976, profesando un año más tarde, el 1 de octubre de 1977. A los pocos días, en la Universidad Pontificia de Salamanca, comenzaba los estudios de teología. Mientras estudiaba la

teología, colaboré con el Maestro del Seminario menor en su tarea formativa. El 1 de octubre de 1983 hice la profesión solemne y el 18 de diciembre del mismo año fui ordenado sacerdote por Mons. Juan Ángel Belda, entonces Obispo de León, en mi pueblo natal, en medio de una copiosa nevada. ¡Cuántos recuerdos!: mis padres y mis hermanos emocionados y felices porque un miembro de la familia se convertía en sacerdote; los religiosos venidos de varias comunidades afrontando las dificultades provocadas por la nieve, que hizo que un grupo de ellos hubiese de ser socorrido nada menos que por el señor Obispo, quien luego diría en la homilía que los había encontrado con el coche “panza arriba”; las buenas gentes de la tierra, con el párroco al frente, curiosas por ver por primera vez a un hijo del pueblo recibiendo la ordenación en su señorial iglesia, y haciéndose en cuatro para que todo saliese impecable.

Ese mismo año de 1983 fui enviado a Roma para hacer la licencia en espiritualidad, que obtuve en la Universidad Gregoriana, en la que más tarde, concretamente el 7 de diciembre de 1994, recibí el título de Doctor en teología con una tesis titulada: