Comunion Revista Comunion nº 25 - 2012 | Page 10

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«al lector», leemos frases como las siguientes:

«Todos vamos siendo ya conscientes de que nos encontramos en una época de transición, en el umbral de una era nueva. Ello se debe, fundamental y principalmente, a una serie de cambios profundos y radicales en todos los órdenes… Está surgiendo así una nueva imagen del hombre y del mundo… A la nueva imagen del hombre y del mundo tiene que corresponder una imagen igualmente nueva de Dios… La secularización constituye una llamada urgente para que purifiquemos la imagen de Dios, para que descubramos al Dios nuevo de este mundo nuevo y también, consiguientemente, las nuevas formas, igualmente purificadas, de la religión, o sea, el cristianismo auténtico, el nuevo estilo de vida cristiana… A base de reflexiones que considero al alcance, si no de todos, sí de los más, desearía arrojar un poco de luz y aportar algo más de orientación e impulso a tantos cristianos que, o se sienten a veces vacilantes en su fe o, por lo que sea, no acaban de adoptar en su vida una postura consecuente y seria, tal y como Dios, la Iglesia y el mundo mismo nos piden. Ofrezco este trabajo con la mayor ilusión, en primer lugar, a los jóvenes. No sólo porque está escrito pensando en el futuro y sois vosotros los que, al decir del Concilio en su mensaje a la Juventud, estáis llamados a construir el mundo del mañana, un mundo mejor que el de nuestros mayores, sino también porque fue a través de los distintos contactos con la juventud seglar y religiosa como llegué a apasionarme del tema…»

Sus reflexiones las apoya en los documentos conciliares, especialmente en las constituciones Lumen Gentium sobre la Iglesia y Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, y en los discursos de Pablo VI. Caracteriza a los “cristianos nuevos” como cristianos sobrenaturales y humanos, pobres pero alegres, fuertes y libres, testigos y rebeldes. ¿También rebeldes? Sí, rebeldes, porque, como subraya el P. José en las páginas finales de la obra –páginas que, al releerlas, me han impresionado vivamente– lo exige el Evangelio mismo (quienes se escandalizan ante ese término «no han leído el Evangelio, no lo han asimilado», p. 141); porque, lejos de ser «un asunto de burgueses, tranquilos y cómodos», se trata de un compromiso por la justicia; porque hemos de ser intolerantes, inconformistas y combativos contra la violencia armada y contra «la violencia del subdesarrollo, del hambre y de las injusticias» («sólo mediante una verdadera revolución se puede llegar a superar la violencia», p. 143). «Quede, pues, bien claro que un cristiano, por serlo, no puede no ser un inconformista, un contestatario, un revolucionario, un rebelde. Se lo hace ser, se lo tiene que hacer ser el amor a Dios y a los hombres que se supone lleva dentro. Exactamente como Cristo, el más rebelde de la historia, el que vino a traer fuego, espada y guerra. Fruto de todo lo cual es precisamente la paz, su Paz» (p. 144).

Tras reclamar en todos, comprendidos los «religiosos y religiosas en general e incluso los contemplativos», «una actitud de cristianos conscientes y responsables, comprometidos y rebeldes», el

P. José hace esta consideración: «Seguramente la actual crisis de la vida religiosa, esa especie de esclerosis que se ve que padece, se deberá, sí, a muchos fenómenos ambientales y sociales ajenos, extraños a ella, pero también, y en muy buena parte, quizás, a una grande falta de perspectiva de fe en la manera de vivirla, a ese cierto aburguesamiento y mundanización, en el mal sentido de la palabra, en el que es tan fácil caer y cuyas consecuencias últimas no son fácilmente previsibles» (p. 146). Este cristianismo genuino –subraya el autor– tenemos que «vivirlo y hacerlo vivir. Hasta que nos llegue a doler» (p. 142).

En fin, a los que hemos tratado de cerca al P. José (yo, desde hace cincuenta años), se nos han representado encarnadas en él esas notas que asigna a los “cristianos nuevos”.

Desde el capítulo general de 1965 hasta el de 1971, el P. José fue uno de los más activos protagonistas del proceso de actualización del espíritu y de la misión de los trinitarios. En este sentido, participó en congresos y encuentros organizados con tal fin, en vistas también a reformular, a tenor de las orientaciones del concilio, el código legislativo de la Orden. En el mismo contexto histórico, siendo superior provincial –y también como presidente del Secretariado de Apostolado de la Provincia (1973-1979)–, puso particular empeño en potenciar la acción social liberadora de la Orden Trinitaria partiendo del lema plurisecular: “Gloria a ti, Trinidad, y a los cautivos, libertad”. Sus iniciativas apostólicas siempre han puesto de relieve los dos polos de la frase: La Santísima Trinidad, vivida y glorificada en el servicio liberador a los pobres y los marginados. De esta forma