COMUNICACIÓN | Page 93

182 JOHN FISHER clasta estudio que Bonilla hiciera de la independencia en 1972 concluye que “toda coalición de los criollos ... con los grupos más bajos de la sociedad colonial fue tentativa y efímera”, no obstante ser consciente de la necesidad de distinguir entre, de un lado, los intereses y las actitudes de la elite de la cap ital virreinal, de orientación peninsular, y, del otro, la actitud de las elites provinciales, sobre todo las del Cuzco y Arequipa, cuya motivación parece haber sido emanciparse de Lima antes que de Madrid.2 La interpretación alternativa, que se ha hecho más popular en el Perú durante las últimas tres décadas, identifica a Túpac Amaru como el primero de los grandes precursores de la independencia sudamericana, y describe los cuarenta años que siguieron a su ejecución, en términos tales como “casi medio siglo de incesante lucha por la libertad política”, un proceso que alcanzó su conclusión natural y gloriosa con la entrada de José de San Martín en Lima en 1821.3 Lo que no está en discusión es que, no obstante algunas conspiraciones sucedidas en Lima entre 1810 y 1814, y algunos movimientos armados en Tacna entre 1811 y 1813 (de los cuales daremos mayores detalles luego), en el Perú y hasta la llegada de San Martín, los fenómenos afines de la insurgencia y el protonacionalismo se manifestaron principalmente en la sierra “india” —simbólicamente representada por la ciudad del Cuzco— antes que en la aristocrática Lima criolla y su hinterland. A pesar de cierta tendencia a exaltar al pasado incaico peruano, los líderes de la elite costeña del virreinato —hombres como Baquíjano (y, en menor medida, los criollos del interior)— vieron con recelo la rebelión de Túpac Amaru de 1780-1783; tres décadas después, como veremos, la mayoría respaldó activamente la represión de la rebelión del Cuzco de 1814-1815 más por lo que ésta y su predecesora parecían simbolizar (débilmente en el caso de Túpac Amaru pero claramente en el segundo) —la posibilidad de un Perú independiente controlado desde el interior indio—, que porque realmente cuestionaran la hegemonía criolla, ya que ambas rebelio- 2. Bonilla y Spalding, “La independencia”, p. 46. 3. Denegri Luna y otros, Antología de la independencia, VII. FIDELISMO, PATRIOTISMO E INDEPENDENCIA 183 nes fueron conservadoras en términos de sus objetivos sociales y económicos fundamentales. Del mismo modo, como Cecilia Méndez lo demostrara hace poco, entre 1836 y 1839 la aristocracia limeña combatiría a la Confederación Perú-Boliviana con la pluma y la espada por iguales razones, usando una retórica abiertamente racista para minar la legitimidad de Andrés de Santa Cruz, su presidente, quien era condenado no sólo por ser un invasor boliviano, sino también por ser un indio advenedizo.4 En las manifestaciones formales de la ideología nacionalista —lo que Méndez describe como la “historiografía oficial”—, la identidad del Perú republicano ha estado asociada, desde 1821, con la declaración de la independencia en Lima por parte de San Martín el 28 de julio de dicho año, y la sentida necesidad de celebrar ese acontecimiento como el momento crucial de las fiestas patrias peruanas.5 En cambio, la batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, después de la cual el numéricamente superior ejército realista se rindió a Sucre, es considerada más como una operación de limpieza, que como el momento decisivo en el establecimiento de la independencia peruana de España. Por supuesto que esta tendencia a ver la identidad peruana a través de los ojos miopes de la elite metropolitana —que miraba hacia afuera, a Europa y los Estados Unidos, en lugar de hacia el interior del país— se intensificó desde mediados del siglo XIX, a medida que el crecimiento económico provocado por las exportaciones brindaba la legitimización material de una antipatía cultural profundamente enraizada para con la cada vez más marginada sierra sur y sus pobladores, que en su mayoría 4. Méndez, “Incas sí, Indios no”. En realidad Santa Cruz era de ascendencia mixta, pues era el hijo de un funcionario colonial menor y de una cacica acomodada, nacido en La Paz. Aunque fue brevemente Presidente del Perú en 1827, luego de un distinguido servicio militar en la causa patriota a partir de 1820, bajo el mando de Sucre, él jamás pudo librarse, al igual que Juan Velasco Alvarado 140 años después, del desdén mostrado por la elite limeña a un oficial provinciano cuyos orígenes raciales eran percibidos como algo dudosos. Un siglo después de su muerte, una biografía suya fue subtitulada “el cóndor indio”, tal vez con una ironía inconsciente: Crespo, Santa Cruz. 5. Méndez, “Incas sí, Indios no”, p. 202.