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JOHN FISHER
abierto desafío a la autoridad real cuando Juan Francisco Berbeo
inició una marcha sobre Bogotá, a la cabeza de aproximadamente unos veinte mil hombres armados. Hay ciertos indicios de que
la llegada a Socorro de noticias sobre los acontecimientos del Perú,
tuvieron tal vez cierto efecto sobre el momento de la protesta, y
José Antonio Galán (hijo de padre peninsular y madre mulata),
uno de los jefes plebeyos, fue posteriormente descrito como “el Túpac Amaru de nuestro reino” por sus antiguos colaboradores, ansiosos por distanciarse de él una vez que se rehusó a transar con l as
autoridades reales.30
Sin embargo, Phelan argumenta que la rebelión de los comuneros “habría tenido lugar aun si el Perú hubiese estado en paz o
no”, y asimismo llama la atención sobre las diferencias fundamentales
entre ambos movimientos, la más significativa de las cuales fue “la
notable ausencia de violencia” en la protesta novogranadina.31 En
realidad éste no fue un movimiento independentista y ni siquiera
uno que tuviera el potencial de convertirse en una revolución separatista, sino más bien una demostración generalizada de protesta en
contra de las duras innovaciones fiscales impuestas en Nueva Granada por el regente y visitador general, Juan Francisco Gutiérrez de
Piñeres. Éste, en lugar de negociar y transar con los intereses locales,
que era lo que los funcionarios reales tradicionalmente hacían en
Nueva Granada, subió inconsultamente la alcabala, reorganizó el
estanco del aguardiente y comenzó a erradicar la producción incontrolada de tabaco por parte de los pequeños agricultores, para
así maximizar las ganancias del recientemente establecido estanco
del tabaco.
En términos de sus objetivos, la rebelión de los comuneros tuvo
notables similitudes con la rebelión de Quito de 1765 y la protesta
arequipeña de enero de 1780, pero a algunos de sus contemporáneos comprensiblemente les pareció que era comparable con la rebelión de Túpac Amaru, tanto por sus dimensiones como por la
30. Phelan, The People and the King, p. 60. Los detalles del juicio y la sentencia de
Galán se encuentran en pp. 206-10.
31. Ibid., p. 98.
RESISTENCIA, REVUELTAS Y REBELIONES
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extensa participación de plebeyos, principalmente indios. Ella culminó, como es bien sabido, el 31 de mayo de 1781 en un tenso encuentro en Zipaquirá con los comisionados de la capital, liderados
por el arzobispo Antonio Caballero y Góngora, a apenas un día de
camino de Santa Fe de Bogotá. Aquí los rebeldes se dividieron, en
parte según líneas regionales (los 4,000 jinetes de Tunja se distanciaron de los reclutas, más numerosos pero menos disciplinados, de
Socorro, varios de los cuales eran indios) pero sobre todo en base a
la clase y hasta cierto punto según la etnicidad. El resultado, una vez
perdido el ímpetu de la marcha, fue que el hacendado Francisco
Berbeo y otros criollos de clase media lograron arrebatar el control
del movimiento de manos de sus dirigentes más radicales y acordaron
con el arzobispo regresar a Socorro y deponer las armas, a cambio
de su promesa de suprimir el estanco del tabaco, bajar la alcabala
a su antiguo nivel, darle a los americanos un mayor acceso a los
cargos y otras concesiones más. Una de estas promesas fue cumplida de inmediato al nombrarse a Berbeo corregidor de Socorro. Una
vez más, las esperanzas que las masas tenían de una significativa
mejora social sólo fueron satisfechas muy parcialmente, a medida
que los criollos que habían tomado el control del movimiento les
abandonaban. Galán, quien rehusó aceptar las capitulaciones de
Zipaquirá, fue capturado por sus antiguos compañeros y en enero
de 1782 la Audiencia de Bogotá le condenó, a él y a otros tres jefes
populares, a morir en la horca y ser descuartizados, a lo cual seguiría
la habitual exhibición de las partes de su cuerpo en distintos lugares
asociados con su rebelión.
Es claro que ninguno de estos movimientos de protesta ocurridos a finales de la colonia fue un antecedente directo de la independencia. La rebelión de los comuneros, así como el movimiento de
Quito de 1765 y las manifestaciones de descontento ocurridas a comienzos de 1780 en Arequipa y otros pueblos y ciudades peruanos,
pueden ser vistas como un estallido contrario a los aspectos fiscales
propios de la intensificación del absolutismo que tuviera lugar durante
el reinado de Carlos III. La rebelión de Túpac Amaru, en cambio,
tuvo objetivos más ambiguos —podemos verla, contradictoriamente,
como una demanda de un mejor gobierno y como un llamado a
todos los peruanos, fuera cual fuese su origen étnico, para unirse en