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JOHN FISHER
de la era borbónica comprendían a la plaza de toros (1768), el Paseo de Aguas (1773), las nuevas murallas de la ciudad (completadas en 1783) y, en el Callao, la inexpugnable fortaleza del Real
Felipe.37 Estas construcciones, al igual que los nuevos cafés y los
nuevos e impresionantes almacenes del Callao, eran los símbolos
materiales de una elite urbana confiada en sí misma y predominantemente criolla, pero que era capaz de asimilar un flujo constante
de nuevos inmigrantes procedentes de la península y hacer causa
común con ellos contra cualquier amenaza a la estabilidad social
o política de parte de la plebe de la ciudad, de los esclavos que trabajaban en las haciendas vecinas, o de los indios de la lejana sierra.
Todo intento de clasificar a los españoles de la Lima colonial tardía según su ocupación se ve complicado por el hecho de que varios
miembros de la elite eran terratenientes y comerciantes (o mineros),
y en algunos casos también ocupaban puestos públicos. Esto también
era cierto en Arequipa, Cuzco y otras ciudades, en donde las familias
prominentes tenían intereses diversificados. Sin embargo, en términos
generales la ciudad de Lima tenía casi 400 comerciantes registrados,
un número parecido de empleados de la Corona y 1,900 eclesiásticos de diversos tipos.38 Los grupos menos privilegiados incluían a
287 pulperos, 308 labradores (pequeños terratenientes), 1,027 artesanos y un grupo abigarrado de 600 personas definidas por Flores
Galindo como “intelectuales”, que incluía a 21 médicos, 91 abogados, 366 estudiantes, 56 cirujanos, 13 notarios y 58 escribanos. 39
Entre la población española del virreinato y para los grupos de
elite concentrados en Lima —los grandes comerciantes, terrate-
37. Ibid., p. 61; Bernales Ballesteros, Lima, pp. 314-15. En Méndez Guerrero, Pacheco
Vélez y Ugarte Eléspuru, Lima, pp. 126-49, 180-85, hay excelentes fotografías de
éstos y otros edificios construidos en Lima y Callao durante la era borbónica.
38. “Plan demostrativo de la población comprehendida en el recinto de la Ciudad de
Lima”, 5 de diciembre de 1790, AGI, Indif. Gen., Leg. 1527. Unanue, Guía, da una
imagen de cómo se organizaba esta sociedad; su índice onomástico (pp. 397-424)
es especialmente útil. Véase también Flores Galindo, Aristocracia y plebe, pp. 7172, 101.
39. Anna, Fall of the Royal Government, p. 21, erróneamente describe a los labradores
como “labourers” (albañiles).
SOCIEDAD, ETNICIDAD Y CULTURA
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nientes y mineros, emparentados entre sí a través de complejas redes
familiares y empresariales—, la riqueza brindaba cierta compensación al acceso restringido a los cargos públicos de los criollos, que se
intensificó con la tendencia de los últimos Borbones a favorecer a
los peninsulares en sus nombramientos. Sin embargo, para los menos
privilegiados labradores, abogados, doctrineros, comerciantes, obrajeros y demás grupos ocupacionales similares de las ciudades y pueblos secundarios del virreinato —que constantemente miraban hacia
abajo, a la amenaza planteada por los mestizos ascendentes—, era
más fácil focalizar su resentimiento y sus aspiraciones sobre los monopolios políticos y comerciales controlados por los recién llegados de
España y sus aliados limeños. Esta tensión latente comenzó a liberarse
en 1809, aunque de forma menos abierta que en otras partes de la
América hispana, a medida que en el Perú, los peninsulares y criollos
por igual reaccionaban a las noticias de la invasión francesa de España
y el colapso subsiguiente de la monarquía borbónica.40
En este contexto, hasta el conservador y oligárquico Cabildo de
Lima expresó su frustración contenida en las instrucciones que diera
en octubre de 1809 a José de Silva y Olave, el recientemente nombrado diputado peruano a la Junta Central.41 Las demandas que se
le pidió presentar a las autoridades en Sevilla comprendían la provisión de un comercio más libre, el reestablecimiento de los corregidores y el repartimiento y, sobre todo, que se garantizara a los
americanos que tendrían por lo menos la mitad del gobierno del
imperio, sin tener que invertir tiempo, energías y dinero ya fuera en
viajar a España o en nombrar agentes en Madrid que solicitaran
nombramientos. Sin embargo, estos agravios, por profundos que
40. Nieto Vélez, “Contribución a la historia del fidelismo”, es una sólida guía sobre las
reacciones peruanas ante el colapso de la monarquía.
41. Cabildo a Silva, 11 de octubre de 1809, AGI, Lima, Leg. 802. Silva había llegado
a México vía Quito, cuando decidió regresar a Lima al recibir las noticias del colapso de la junta. Después de retornar a Lima en 1811, fue nombrado obispo de
Huamanga al año siguiente. Aunque se hizo cargo de su sede en 1813, su
consagración se vio retrasada debido a que la ciudad del Cuzco fue ocupada por
los rebeldes entre 1814 y 1815, y de hecho él falleció en 1816 camino a Lima para
la ceremonia: Mendiburu, Diccionario, 7: p. 350.