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JOHN FISHER
A fines del siglo XVIII, varios españoles del Perú tenían sangre
india y en algunas ocasiones cierto grado de ascendencia negra,
salvo en el caso de los hijos de inmigrantes recientes. A pesar de
este enfoque relativamente relajado de la identidad racial, que algunos peninsulares tendían a citar para denigrar el status de los
españoles americanos, en 1795 se calculaba, como ya lo estableciéramos en el capítulo anterior, que los criollos apenas si conformaban
el 12.6% de la población total del virreinato. En términos globales,
el número más grande de españoles fue reg istrado en las provincias
de Arequipa, que tenía 40,000 (28.6%) —la mayor parte de ellos
(22,000) en la misma subdelegación de Arequipa— de una población total de 138,000 personas para toda la intendencia, y el Cuzco,
con 33,000 (15.7%) de un total provincial de 209,000 habitantes.
La menos populosa intendencia de Lima tenía 25,000 españoles
—20,000 en la ciudad de Lima—, que conformaban el 15.8% del
total provincial de 156,000. Las provincias de Arequipa y Cuzco
—y también las de Tarma y Trujillo— tenían un número sustancial
de españoles no sólo en las capitales provinciales sino también en
los pueblos que servían como capitales de los partidos subsidiarios,
entre ellos Moquegua (6,000), Camaná (5,000), Condesuyos (4,000),
Aymaraes (4,000), Chumbivilcas (4,000), Cajamarca (6,000), Piura (3,000), Lambayeque (2,000), Huaylas (4,000), Jauja (2,000) y
Huánuco (2,000). Los españoles eran relativamente pocos —8,000
(5.1%) de una población total de 156,000 personas— en las dos intendencias que conformaban la diócesis de Huamanga —Huancavelica y Huamanga misma—, registrándose el mayor contingente
en Andahuaylas (3,000) y no en la sede diocesana. En la intendencia
de Lima, en cambio, el único pueblo secundario con un número
sustancial de españoles (2,000) era Ica, al sur de la capital, en tanto
que los restantes seis partidos —Canta, Chancay, Cañete, Huarochirí,
Santa y Yauyos— apenas si tenían 2,000 españoles entre ellos.
Aunque eran menos que los negros, los 20,000 españoles que
vivían en la ciudad de Lima conformaban una elite omnipotente,
autónoma y jerárquica. Al igual que la ciudad misma —reconstruida
en su mayor parte durante los gobiernos de Manso y Amat, luego
del terremoto de 1746—, esta sociedad contaba con algunos prominentes descendientes de la conquista como los Aliagas, cuya
SOCIEDAD, ETNICIDAD Y CULTURA
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mansión familiar seguía (y sigue) ocupando el solar concedido a
Jerónimo de Aliaga en 1535, a una cuadra de la plaza de Armas.33
Sin embargo, las capas superiores de la sociedad limeña eran principalmente de origen Borbón. Esto queda ilustrado por el hecho de
que la inmensa mayoría de los 411 títulos nobiliarios concedidos a
los pobladores de la ciudad durante el periodo colonial databan del
siglo XVIII. A Manso se le había permitido repartir catorce títulos
nobiliarios entre las personas que hubiesen contribuido con fondos
para la reconstrucción de Lima y Callao; en las siguientes décadas
“una verdadera inflación de títulos”, para citar a Flores Galindo, se
desarrolló casi verticalmente, subiendo el número de títulos concedidos (por lo general a comerciantes) de ocho en 1761-1765 a 53
en 1786-1790, y a 91 en 1791-1795.34 Una minoría sustancial de
los beneficiados eran inmigrantes recientes de España: Flores Galindo sugiere que durante el último tercio del siglo los peninsulares, la mayor parte de los cuales eran de origen vasco o navarro,
conformaban el 30% de los 50 “principales personajes de la clase
alta limeña”.35
Los recién llegados de España, atraídos por lo general por las
oportunidades comerciales o por los nombramientos reales, fueron
rápidamente absorbidos empresarial y/o matrimonialmente por las
superpuestas redes familiares ya existentes: un ejemplo clásico es el
de Domingo Ramírez de Arellano, futuro prior del Consulado, quien
obtuvo naves, tierras e inmuebles cuando contrajo matrimonio con
la hija y heredera del conde de Vista Florida.36 La espléndida mansión
que Ramírez de Arellano construyera en Lima —actualmente la sede
del Instituto Riva Agüero— no era sino una de las magníficas casas
familiares construidas en el tercer cuarto del siglo XVIII, en una ciudad cada vez más sofisticada, cuyos principales monumentos públicos
33. Bernales Ballesteros, Lima, 27; Lockhart, The Men of Cajamarca, p. 262.
34. Flores Galindo, Aristocracia y plebe, p. 73. Vargas Ugarte, Títulos nobiliarios, es
una breve guía a los títulos de nobleza peruanos. Véase asimismo Lohmann Villena,
Los americanos en las órdenes nobiliarias, 1: LXXV-LXXVI. Pérez Cantó, Lima en
el siglo XVIII, hace un análisis más general de la estructura social de Lima.
35. Flores Galindo, Aristocracia y plebe, pp. 55, 74-76.
36. Ibid., pp. 77-78.