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JOHN FISHER
todo lo que no es su antiguo desorden, con una avilantez y franqueza extremada”.2
Esta tendencia criollo-indígena a aliarse en contra de los españoles
aumentaba, según Areche, porque los indios peruanos, a diferencia
de los de la Nueva España, “deliran [todos] sobre descendencia R’l,
sobre armas y privilegios”, un rasgo estimulado por ciertas “manos,
traidores a la verdad” de Lima.3 Sin embargo, medio siglo más tarde,
al comentar la composición de las fuerzas realistas en la batalla de
Ayacucho, Jerónimo Valdes llamó la atención sobre el hecho de que
el ejército que había combatido hasta 1824 en contra de “todos los
Estados que ya se habían hecho independientes”, se hallaba “muy
escaso” de tropas europeas. Por ello, “con soldados indios ha sido
con los que sostuvimos los ultimos años de tan porfiada contienda”.4
El objetivo de este capítulo no es extraer conclusiones sobre la
verdadera naturaleza de la rebelión de Túpac Amaru, o explicar por
qué motivo la mayoría de los reclutas realistas de Ayacucho eran
indios —estos temas serán tocados en los capítulos 5 y 6—, sino
más bien presentar un cuadro general de las complejas relaciones
sociales y étnicas del Perú colonial tardío. En este contexto las
observaciones hechas por Areche en 1781, y las de Valdés, que
datan de 1827, son útiles para llamar la atención sobre el problema
de cuán difícil es extraer conclusiones simples sobre las actitudes
sociales y raciales en una sociedad cuyas reglas étnicas, aparentemente rígidas, fueron muchas veces moderadas y atemperadas por
factores sociales, e incluso culturales, que hacían borrosas las distinciones y facilitaban las simpatías y alianzas interraciales.
De hecho, hay pocas evidencias de que las supuestas simpatías
limeñas por las pretensiones de legitimidad incaica del “indio José
G. Tupa Amaro”, como lo llamara el virrey Jáuregui algo despectivamente, pudieran traducirse en un respaldo político abierto, no
2.
Areche a Gálvez, 30 de abril de 1781, AGI, Lima, Leg. 1040.
3.
Ibid.
4.
Valdés, Documentos, 3: pp. 37-38.
SOCIEDAD, ETNICIDAD Y CULTURA
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obstante ciertos informes sobre conspiraciones.5 En el Cuzco, en
cambio, una larga tradición de simpatía intelectual criolla por la tendencia indígena a apoyar el incanismo —“una esperanza colectiva
inalcanzable, desmedida, utópica, de reconstruir un mundo indígena sin Occidente”, en palabras de Manuel Burga—, así como la colaboración práctica entre los jefes locales de los distintos grupos
étnicos en términos económicos y sociales, terminó por convencer
a Areche de que Túpac Amaru había recibido “auxilios secretos” de
“otros poco menos traidores... qe intentan subvertir la Dominación,
sino solicitar que prosigan sus antiguas libertades de no pagar al
sagrado caudal de los fondos públicos ó erario, mas que aquello
que quieren”.6
Este intento de vincular la rebelión con la resistencia criolla a las
innovaciones fiscales asociadas con la visita —un tema a ser examinado con mayor detenimiento en el siguiente capítulo, en particular en relación a Arequipa— fue retomado con entusiasmo por
Mata Linares quien, como la persona que juzgase a Túpac Amaru y
como primer intendente del Cuzco, buscó convencer a Gálvez de
que un difundido estímulo y respaldo a la insurrección había provenido no sólo del arequipeño obispo Moscoso, sino también de
prominentes familias criollas de la ciudad, atraídas de forma vaga
por la idea de encontrar a un Inca que liderase un movimiento separatista.7 Sin embargo, la observación paralela hecha por Areche
de que los indios que siguieron a Túpac Amaru estaban “alucinados
con que con su dominaz’n no habrá Iglesias, ni curas, tributos, corregidores, repartimientos, obrages, Mitas, Aduanas, ni chapetones
5.
Jáuregui a Gálvez, 15 de febrero de 1781, AGI, Lima, Leg. 1040. Véase asimismo
la “Relación suscinta de la conjuración de los yndios de esta ciudad...”, Eguiguren,
Guerra separatista, I: pp. 176-86.
6.
Areche a Gálvez, 1 de marzo de 1781, AGI, Lima, Leg. 1040. Para el incanismo
véase Burga, Nacimiento de una utopía, y a Flores Galindo, Buscando un Inca.
7.
Mata insistió repetidas veces que varios miembros de las familias Peralta y Ugarte
habían conspirado con el obispo y con otros funcionarios eclesiásticos para respaldar
a Túpac Amaru, pero fue incapaz de conseguir pruebas que convencieran a la
Audiencia de Lima: Mata a Gálvez, 4 de agosto de 1785, AGI, Cuzco, Leg. 35;
Avilés a Gálvez, 1 de enero de 1785, AGI, Cuzco, Leg. 2.