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JOHN FISHER
los comerciantes gaditanos (quienes mantuvieron el control de más
del 80% de las exportaciones a, e importaciones de, América, no
obstante la apertura de otros puertos españoles al comercio directo)
que el Río de la Plata y Venezuela juntos.43
Por lo tanto, es fácil y necesario refutar el mito de que la
introducción del comercio libre destruyó la importancia comercial
del Callao como destino, y la de Lima como centro distribuidor,
aun cuando, como lo reconociera Escobedo, con la apertura de Montevideo y Buenos Aires algunos bienes europeos podían ser suministrados por tierra a las provincias del sur peruano desde el Plata,
a menor costo que por la ruta del Pacífico.44 Un análisis del tráfico
de retorno —las importaciones llevadas a Cádiz desde América—
confirma el balance positivo para el Perú, aunque de modo menos
decisivo que en el caso de las exportaciones, pues en 1782-1796 la
participación del virreinato en este comercio llegó al 13.8% (de un
total que creció más de diez veces en comparación con 1778), mientras que el Río de la Plata obtuvo 12.2%, Venezuela 9.6% y Nueva
Granada apenas 3.2%.45 Una razón obvia para el papel marginalmente menos conspicuo del Perú como exportador es que mientras
los bienes importados tendían a llevarse al Callao por mar, parte
de la plata con que se les pagaba era enviada a España a través de
Buenos Aires.
La hegemonía comercial peruana en América del Sur, medida
a través del comercio con España, también sobrevivió después de
1796: un análisis reciente de las exportaciones hechas desde puertos
españoles a América entre 1797 y 1820 muestra que, si bien el valor del comercio registrado con los puertos del Pacífico (de los cuales
el Callao era el más importante) cayó en términos absolutos en este
43. Incidentalmente, es relevante mencionar que el número de navíos usado en las
diversas regiones no tiene sentido: en 1791, por ejemplo, dieciseis naves enviadas
al Río de la Plata llevaron bienes con un valor total de 22 millones de reales (en
valores de 1778), mientras que apenas seis buques que partieron para el Callao
tenían un cargamento valorizado en 93 millones de reales.
ECONOMÍA, DEMOCRACIA Y REAL HACIENDA
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último periodo —debido a la prolongada guerra entre España e
Inglaterra, la introducción del comercio neutral en 1797 y la ocupación francesa de España a partir de 1808—, el Perú siguió siendo
un mercado favorable para los exportadores españoles, con el Callao
absorbiendo por sí solo el 13.5% de todas las exportaciones, y los
puertos del Pacífico en general el 17.4%; el Río de la Plata, en cambio,
recibió el 11.5% y Venezuela 6.1%.46 Al igual que entre 1785 y
1796, el Perú siguió siendo un mercado favorable para los exportadores españoles entre 1797 y 1820, principalmente debido a que
la fortaleza de su economía basada en la plata persistió hasta la
segunda década del siglo XIX, y a la relativa firmeza con la cual sus
virreyes resistieron el contrabando y el ingreso a sus puertos de naves neutrales: Osorno, por ejemplo, fue uno de los pocos altos funcionarios coloniales que dio la bienvenida a la real orden del 20 de
abril de 1799, que revocaba el permiso dado en 1797 para comerciar entre España y América en buques neutrales, informándole al
gobierno metropolitano que la había recibido “con mucho gusto”.47
Es más, hay indicios que sugieren que la importancia relativa del
Perú como mercado se incrementó después de 1810, a medida
que las actividades revolucionarias en el Río de la Plata animaban a
los comerciantes gaditanos a despachar sus navíos directamente al
Callao, en lugar de a través de Montevideo o Buenos Aires.48
El análisis de las mercancías enviadas del Perú a España arroja pocas sorpresas, pero sirve para confirmar cuantitativamente la
opinión que los contemporáneos tenían sobre la continua primacía
de los metales preciosos.49 Entre 1782 y 1796, las exportaciones
de oro y plata hechas a España desde el virreinato (la mayor parte
de ellas en forma de monedas de plata) tenían un valor promedio
anual de 4.4 millones de pesos y constituían el 78.5% del comercio
46. Fisher, “Commerce and Imperial Decline”, pp. 473, 477-78.
47. Osorno a Soler, 23 de noviembre de 1799 (adjuntando una copia de su decreto del
29 de julio de 1796, que declaraba al comercio con extranjeros una ofensa capital),
AGI, Indiferente General, Leg. 2467.
44. Escobedo a Sonora, 5 de setiembre de 1787, AGI, Lima, Leg. 1111.
48. Parrón Salas, De las reformas borbónicas, p. 336.
45. Fisher, Commercial Relations, p. 120.
49. Para mayores detalles véase Fisher, “The Effects of Comercio Libre”, pp. 154-57.