JOHN FISHER
104
como ya vimos, un factor importante en las principales guerras internacionales y pugnas diplomáticas de la primera mitad del XVIII.
Sin embargo, con la ventaja que nos da una mirada retrospectiva, resulta justificado concluir que su importancia fue exagerada,
pues en realidad el mercado americano de bienes europeos tenía
una capacidad limitada, dado que la población consumidora era
relativamente pequeña.
Por ejemplo, un cálculo autorizado sugiere que a finales del siglo
XVIII Inglaterra exportaba el 35%-40% de su producción industrial
total: de estas exportaciones, el 33% era absorbido por el mercado
europeo, 27% iba a los Estados Unidos y alrededor del 40% (esto
es, el 10% de la producción industrial total) se dirigía a “todas partes
del mundo”, una categoría vaga que comprendía tanto a África e
India como a Iberoamérica.6 Esto significa que si bien era importante
para Inglaterra, el mercado iberoamericano jamás lo fue tanto como
para tener una importancia abrumadora en la definición y el financiamiento de las políticas comerciales. El mismo argumento se aplica
con mayor fuerza aún a otros países europeos —Francia y los Países
Bajos, por ejemplo— que en el XVIII dependían de su producción
industrial (y, por lo tanto, de los mercados de exportación) aún
menos que Inglaterra. Para España y Portugal, en cambio, América
siguió sirviendo, incluso en este siglo, esencialmente como un
mercado para productos agrícolas y vitícolas excedentes, a pesar
del limitado desarrollo industrial en los países íberos.
Para Adam Smith, los detalles eran menos importantes que los
principios: en su famoso libro An Inquiry into the Nature and Causes
of the Wealth of Nations (1776), describió el descubrimiento de América como uno de los dos eventos más grandiosos en la historia de
la humanidad (siendo el otro el descubrimiento del Cabo de Buena
Esperanza). Sin embargo, desde su punto de vista las colonias establecidas en América no eran necesarias para la supervivencia de
la sociedad europea, no obstante haber llegado a ser de importancia
económica para ella.7 Montesquieu y otros pensadores del comienzo
6.
Lynch, “British Policy”, da detalles del comercio británico de ultramar en 1783-1803.
7.
Fisher, “Adam Smith”.
ECONOMÍA, DEMOCRACIA Y REAL HACIENDA
105
de la Ilustración no estaban de acuerdo: para ellos, así como para
los arbitristas españoles de la década de 1740 —y también para
estadistas como Aranda y Gálvez—, la función esencial de las posesiones americanas era servir como ramas económicas de su madre
patria, brindándole a ésta rentas tributarias así como materias primas,
y recibiendo sus manufacturas. Por lo tanto, resulta apropiado prestar cierta atención a las medidas políticas y económicas desarrolladas
en Madrid durante el siglo XVIII, en un intento por convertir el sueño mercantilista en realidad. Es igualmente importante examinar la
reacción peruana ante los aspectos fiscales y económicos del nuevo
tipo de absolutismo impuesto al virreinato desde arriba.
En el Perú las reformas borbónicas, al igual que en otras partes
de la América española, conformaron una compleja red de cambios
administrativos, fiscales, judiciales y militares. Si bien resulta difícil
aislar alguna característica particular de la política imperial a la cual
podríamos considerar de importancia suprema, es probablemente
legítimo sugerir que la mejora de las defensas imperiales fue su principal objetivo (sobre todo después del final de la Guerra de los Siete Años en 176 3) y que la generación de rentas adicionales para la
Corona no fue tanto un fin en sí mismo como un medio con el cual
financiar este objetivo. Este vínculo persistió incluso en la Nueva
España, en donde la seguridad externa no era percibida como uno
de los principales problemas (salvo en la frontera norte), pues las
rentas excedentes de este virreinato fueron usadas para pagar las defensas de Cuba, Florida y otros puntos vulnerables del Caribe. Se
podían generar más rentas tanto con una mayor eficiencia en la recaudación de los impuestos como estimulando el crecimiento económico: mediante la liberalización del comercio, la modernización
de la industria minera y el fomento de la producción agrícola, medidas que durante los dos siglos anteriores habían sido consideradas
secundarias por el gobierno central de Madrid y por los intereses
locales en América.
En el periodo Borbón, el único sector económico que no fue
considerado prioritario por quienes diseñaban la política imperial
fue el industrial, pues España, así como otras potencias coloniales
del siglo XVIII, tenía como ideal hacer que sus posesiones de ultramar
pasaran a ser fuentes de productos primarios para la madre patria,