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JOHN FISHER
consideraciones estratégicas fueron de suma importancia para la reorganización territorial que separó definitivamente del Perú tanto a
la Nueva Granada como al Río de la Plata, pues cada uno de estos
virreinatos fue creado para contrarrestar las ambiciones territoriales
y navales británicas en el Caribe y el Río de la Plata, respectivamente.
Asimismo, la enorme inversión destinada a reconstruir las defensas
del Callao durante el gobierno de Manso tenía como objetivo hacerle
frente a la amenaza de un ataque británico sobre la propia Lima,
aunque en este caso las impresionantes fortificaciones del Real Felipe
no se pusieron a prueba hasta que San Martín lideró la invasión chilena del Perú en 1820.41 Amat (1761-1776), su sucesor —quien
llegó al Callao procedente de Chile apenas dos meses antes del calamitoso ingreso de España a la Guerra de los Siete Años (se enteró
del conflicto en mayo de 1762)—, tomó medidas vigorosas para
completar la reconstrucción de las defensas fijas y mejorar la eficiencia de los batallones de tropas que conformaban la guarnición del
Callao.42 Sin embargo, su fama en la esfera militar provino, como él
mismo lo subrayaría en su Memoria, de los febriles esfuerzos que
realizara entre 1762 y 1763 para mejorar al ejército regular del virreinato de apenas 600 hombres, con no menos de 50,000 milicianos entrenados, la mayoría de ellos organizados en regimientos de
caballería e infantería establecidos en las provincias costeñas.43
Tras el cese de las hostilidades en 1763, las iniciativas específicas
tomadas por Manso y Amat en el Perú fueron incorporadas a la
política imperial general de mejorar, en primer lugar, las defensas
físicas en los lugares cruciales —La Habana, Cartagena, San Juan
de Puerto Rico, Veracruz y el Callao, por ejemplo—, y luego remozar
la organización militar.44 Las características más sobresalientes del
programa fueron la decisión de complementar el número relativa-
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mente pequeño de regimientos y batallones fijos, organizados y
acantonados en América de modo permanente (éstos eventualmente sumaron menos de 2,000 en el Perú, en comparación con 3,000
en Nueva Granada y 6,000 en la Nueva España), con unidades hispanas enviadas a América sobre una base rotativa como milicias
permanentes, compuestas principalmente por oficiales criollos —terratenientes, mineros y comerciantes locales— cuya comisión a tiempo parcial les ofrecía prestigio social y, a través del fuero militar, la
inmunidad en la jurisdicción civil no sólo por actividades militares
sino también, en algunos casos, por crímenes civiles.45
Hay ciertos indicios que permiten sustentar la tesis, presentada
por vez primera para la Nueva España por McAlister, de que el programa de reformas militares contribuyó a la devaluación de los valores civiles en el virreinato peruano, ayudando así a inculcar el
espíritu pretoriano que empañó la vida política en Hispanoamérica
después de la independencia, al estimular a los militares a que se
vieran como una parte orgánica del aparato estatal.46 Sin embargo,
las raíces del militarismo a comienzos de la república peruana pueden
situarse con mayor facilidad en la militarización de la sociedad ocurrida entre 1810 y 1824, que en la ampliación del fuero militar de
1763-1776. Asimismo, vale la pena recordar que el primer golpe
militar significativo del Perú decimonónico fue el que hicieron en
1821 los peninsulares que controlaban el ejército peruano desde
1816, en contra del virrey Pezuela.47
A nivel puramente práctico, la primera prueba real de la milicia
establecida en el Perú por Amat en 1763-1776 —sobre el papel fue
reclutado un total de casi 100,000 hombres, incluyendo a 24,000
en las ciudades del Alto Perú— llegó, no del mar sino con la insurgencia generalizada que asoló el sur peruano entre 1780 y 1783,
41. Para los detalles de las defensas véase Lohmann Villena, Las defensas militares.
42. Campbell, Military and Society, pp. 24-42.
43. Amat, Memoria, pp. 701-819, trata “De la atención, vigilancia y esfuerzo que
merece este reyno para su defensa y seguridad y de algunas prevenciones conducentes
al real servicio”.
44. Ibid., pp. 713-14; Campbell, Military and Society, pp. 38-39.
45. El inicio y la aplicación de este proceso en otros lugares ha sido explicado en varios
estudios detallados. Los mejores son Kuethe, Cuba, 1753-1815, y Kuethe, Military
Reform.
46. McAlister, The “Fuero Militar”.
47. Véase el capítulo 6.