COMUNICACIÓN | Page 38

78 JOHN FISHER salarios adecuados”, haría que el virreinato del Perú se viera “librado, de un golpe, de su antigua anarquía, confusión y desorden”.36 Le tocó a Escobedo la tarea de llevar a cabo los finos deseos de Gálvez. Para cuando Croix llegó a Lima, en abril de 1784, el visitador había completado virtualmente todos los trabajos preparatorios para dividir el virreinato peruano en siete intendencias, con sus capitales en Arequipa, Cuzco, Huamanga, Huancavelica, Tarma, Trujillo y Lima.37 La propuesta final de Escobedo fue entregada al virrey tres meses más tarde, y el 7 de julio de 1784 Croix decretó que se debían tomar medidas inmediatas para poner en práctica el proyecto.38 La primera reunión de la junta superior de Real Hacienda, presidida por Escobedo, se llevó a cabo en Lima el 13 de julio, y ese mismo día los seis intendentes provinciales nombrados provisionalmente por Escobedo y Croix (el mismo Escobedo habría de ser intendente de Lima) hicieron su juramento de lealtad y se prepararon a partir a su sede de gobierno.39 En este momento vale la pena mencionar un punto significativo: todos los nombrados, salvo uno —Nicolás Manrique de Lara, quien debía ir a Huamanga—, eran peninsulares. Gálvez se rehusó a confirmar este nombramiento, no obstante explicarle Escobedo que había escogido deliberadamente a este prominente limeño por los “motivos políticos” de darle a los criollos limeños una representación simbólica, con lo cual el ministro se aseguró de que los criollos quedaran sin representación alguna en la jerarquía del nuevo sistema de gobierno.40 Más adelante en este capítulo se juzgará la eficacia del sistema administrativo reformado para mejorar la administración de justicia 36. Gálvez a Avilés, 22 de setiembre de 1783, AGI, Lima, Leg. 640. 37. Croix, Memoria, pp. 70-71, en Fuentes (ed.), Memorias, p. 5. 38. Escobedo a Croix, 1 de julio de 1784, AGI, Lima, Leg. 1117; decreto de Croix, 7 de julio de 1784, AHMH, Leg. 51. 39. Escobedo a Gálvez, 16 de julio de 1784, AGI, Lima, Leg. 1117. 40. Escobedo a Croix, 1 de julio de 1784, AGI, Lima, Leg. 1117. El peninsular Juan de la Piedra, la primera opción de Gálvez para Huamanga, falleció en camino al Perú, con lo cual no fue sino hasta el año siguiente que Manrique fue llamado a Lima y reemplazado por José Menéndez Escalada, otro peninsular: para mayor información véase el apéndice 6. GOBIERNO, DEFENSA E IGLESIA 79 en el Perú. Primero resulta apropiado examinar los asuntos militares y eclesiásticos, que estaban inextricablemente relacionados con, y tendrían una relevancia duradera para, los intentos hechos después de 1750 de alterar la estructura global de gobierno. Más de dos siglos después de la conquista, y antes de los intentos concertados de los reformadores borbónicos por hacer que la influencia y la autoridad metropolitana fueran más efectivas en toda América, el rasgo más saltante de la autoridad real en el Perú, así como en otras partes del imperio, era su superficialidad antes que su fortaleza. Es cierto que a pesar de los frecuentes reportes de corrupción generalizada, las agencias de la autoridad central eran visibles y razonablemente efectivas en Lima y en las demás ciudades y pueblos importantes. Sin embargo, en las remotas aldeas de la sierra y en los inmensos espacios vacíos entre los asentamientos en las fronteras del imperio, el control de la sociedad y, de modo vago, la autoridad política estaban en manos no de unos agentes de la autoridad colonial fácilmente identificables, sino más bien de terratenientes, sacerdotes y oficiales de la milicia locales, que luchaban por contener la endémica violencia social y étnica. Cuando el Estado colonial se entrometía de forma abierta en sus actividades, tendía a nombrar como sus representantes en la zona —cobradores de impuestos, corregidores, subdelegados, comisionados—, no a confiables peninsulares, de los cuales en general había pocos fuera de los principales centros coloniales, sino a los criollos locales, los cuales tendían, en una arraigada tradición, a pensar que el otorgamiento de un cargo era una oportunidad para enriqu ecerse personalmente. Los funcionarios peninsulares se encontraban bajo gran presión —por motivos políticos, sociales e incluso económicos— para establecer vínculos estrechos con las elites locales incluso en los grandes asentamientos provincianos que pasaron a ser capitales de intendencia en la década de 1780. A pesar de la relativa debilidad del Estado colonial, sobre todo lejos de los principales centros económicos y administrativos, existen ciertos indicios de que durante la segunda mitad del siglo XVIII hubo un esfuerzo concertado por mejorar la eficiencia del gobierno peruano en términos generales, y de las defensas en particular, mediante un enfoque sistemático de la reorganización militar. Es claro que las