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JOHN FISHER
EL VIRREINATO DEL PERÚ HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVIII
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con el deseo de la elite limeña de consolidar su éxito comercial con
un cargo importante, había hecho que la Audiencia de Lima estuviera dominada por funcionarios limeños. Aquel año, no menos de
trece de sus dieciocho miembros eran “hijos de la tierra”, en comparación con dos criollos de otras regiones y apenas dos peninsulares.45
Aunque en 1750 Ensenada y otros ministros en Madrid eran conscientes —gracias, en parte, a las revelaciones de Juan y Ulloa y al
programa reformista articulado por José de Campillo en 1743 con
su “Nuevo sistema de gobierno para la América”— de que era
necesario revertir este desequilibrio, los “hijos de la tierra” seguirían
siendo la mayoría en Lima hasta 1780.46
En el frente económico, las perspectivas eran algo ambiguas
hacia 1750. La producción minera, que había caído desde un estimado de 6.4 millones de pesos anuales en 1650 a apenas 4 millones en 1700, ya había comenzado a recuperarse en la década
de 1730. Durante todo el siglo XVIII, la producción registrada en el
Perú y el Alto Perú alcanzó un máximo de 10 millones de pesos (un
incremento de 250% con respecto a 1700); sin embargo, en términos relativos, el incremento de 600% que hubo en la producción
de la Nueva España durante este mismo periodo relegó al Perú a
una posición claramente secundaria.47 El sector agrícola se encontraba obstaculizado por una demanda externa relativamente baja
para todos los productos, salvo por los más especializados que no
podían obtenerse en ninguna otra parte de la América hispana
(como la cascarilla y la lana de vicuña), y la producción tradicional
de azúcar y cereales en el norte destinada a los mercados urbanos de Lima y otras ciudades, que había sido malamente golpeada
por un gran terremoto en 1687, se encontraba ahora amenazada
por las crecientes importaciones de trigo chileno a Lima, así como
por el flujo de azúcar brasileña a Chile y el Río de la Plata a través
de Buenos Aires.48
El comercio con España —legalmente, claro está, el único tráfico
transatlántico permitido luego de que, al finalizar la Guerra de la
Oreja de Jenkins, el gobierno de Madrid cancelara las nuevas licencias otorgadas a los navíos franceses tras la firma del Segundo Pacto
Familiar Borbón en 1743— parece haberse encontrado en vísperas de un crecimiento modesto en 1750. Después de 1748 la Corona se mantuvo firme ante la creciente presión de los consulados de
Cádiz y Lima pidiendo la restauración de las ferias en el istmo, y hay
ciertas evidencias de que la comunidad mercantil gaditana mostró
una iniciativa considerable al comprar naves construidas en el extranjero para enviarlas al Pacífico como navíos de registro (además
de usar buques de guerra para llevar la plata de regreso a España).49
Las cifras detalladas del valor de los intercambios entre España y el
Perú (y, en realidad, también con otras partes de América) son turbias
antes de 1778, principalmente debido a que las fuentes disponibles
tienden a presentar los pormenores de los cargamentos en términos
de tonelaje y cantidad, antes que en valores. Sin embargo, es posible
determinar que el índice del tonelaje del comercio total hispanoamericano subió de una cifra base de 100 a comienzos de siglo, a
160 en el periodo 1710-1747; entre 1748 y 1778, en cambio, este
índice habría de subir a 300, un resultado que hizo decir a la principal
autoridad española sobre el tema que “la tendencia de crecimiento
progresivo y continuo, aunque comparativamente más lenta en la
primera etapa, es la característica del siglo XVIII”.50 A la misma conclusión llegó un reciente estudio sobre el Consulado de Lima, que
contrasta “el desconcierto y falta de equipamiento de los navieros
para la navegación a Perú” entre 1740 y 1750, con las tendencias
45. Burkholder y Chandler, From Impotence to Authority, pp. 64-67, 154.
48. Para los efectos del terremoto de 1687 véase Ramírez, Provincial Patriarchs, p. 174.
Un detallado comentario sobre la pérdida de los mercados del azúcar fue dado por
Escobedo a Gálvez, 16 de enero de 1784, AGI, Lima, Leg. 1100.
46. Ibid., pp.84, 154. Para Campillo véase Artola, “Campillo y las reformas de Carlos
III”. Véase también Campbell, “A Colonial Establishment”.
49. Brading, “Bourbon Spain”, p. 411, describe la decisión de no revivir los galeones
como “un hito en el desarrollo del comercio colonial”.
47. Fisher, The Economic Aspects, pp. 186-89.
50. García-Báquero, Cádiz y el atlántico, I: p. 542.