COMUNICACIÓN | Page 26

56 JOHN FISHER a una guerra con Inglaterra, que surgió mientras se llevaba a cabo la feria, y luego por el estallido formal de las hostilidades en 1727— y sólo regresaron a Cádiz a comienzos de 1729, más de cinco años después de su partida. Otras ferias menores tuvieron lugar en Portobelo en 1729 y 1731, siendo ésta la última que se llevó a cabo, a pesar de que la decisión formal de abandonarlas en favor de los navíos de registro fue pospuesta hasta 1740. Así, la presencia del navío inglés fue una de las principales causas de la desaparición de las ferias de Portobelo, en parte debido a su impacto directo en sacar a las manufacturas hispanas del mercado gracias a sus precios, pero sobre todo a que éste echaba una cortina de humo detrás de la cual los mercaderes peruanos, que viajaban a Portobelo a través de Panamá, podían comerciar casi abiertamente con los contrabandistas que acostumbraban reunirse cerca de Portobelo cuando se esperaba una feria. En la de 1731, los comerciantes peruanos que habían viajado desde el Callao gastaron entusiastamente la mitad de los nueve millones de pesos que llevaron al istmo en las 1,000 toneladas de mercadería proporcionadas por el Prince William, la nave de la Compañía de la Mar del Sur.37 Se vieron, sin embargo, obligados a aceptar un envío de tela de la fábrica real de Guadalajara, y varios de los comerciantes de Cádiz decidieron quedarse cuando la flota partió a España para así deambular por Nueva Granada y el Perú hasta 1737, intentando en vano vender sus mercancías en un mercado saturado. Entretanto, en 1735 el resignado gobierno de Madrid decidió suspender temporalmente el envío de convoyes a Portobelo, en favor del de navíos de registro individuales más pequeños a dicho puerto y a Cartagena, en caso necesario. En realidad, varios navíos de registro partieron hacia Portobelo en 1737, con intención de tratar con los comerciantes peruanos, los que finalmente partieron rumbo al istmo en junio de 1739 con 12 millones de pesos destinados a comprar bienes importados. Sin embargo, el ansiosamente esperado encuentro se vio frustrado por la destrucción de las fortificaciones de Portobelo a manos de un destacamento inglés comandado 37. Ibid., pp. 177-88, presenta los detalles de la feria de 1731. Para los detalles de la empresa de Guadalajara véase González Enciso, Estado e industria en el siglo XVIII. EL VIRREINATO DE L PERÚ HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVIII 57 por Edward Vernon, a comienzos de 1740, luego de la declaración de la Guerra de la Oreja de Jenkins en octubre de 1739, que se prolongó hasta 1748. Los peruanos volvieron apresuradamente de Panamá al Callao con la plata que aún no habían invertido en bienes de contrabando, mientras que Vernon dejó Portobelo para atacar Cartagena en marzo de 1741. Éste fue un fracaso total desde el punto de vista británico y una gloriosa victoria para los defensores, comandados por el marino peruano Blas de Lezo y el recién llegado virrey de Nueva Granada, Sebastián de Eslava.38 A pesar de las actividades de Anson a lo largo de la costa peruana en 1741, el virreinato sufrió pocas consecuencias directas del conflicto de 1739-1748, librado principalmente como una guerra naval en el Caribe y terrestre en Europa. Es más, el Tratado de Aix-la-Chapelle de 1748, que le dio fin a este conflicto, inició una década de cooperación en el frente internacional entre España, de un lado, e Inglaterra y Portugal del otro, con la cual se benefició el Perú (al igual que otros lugares de la América hispana). Mil setecientos cincuenta —el punto de partida nominal para los siguientes cuatro capítulos— fue de especial importancia debido al éxito de las negociaciones de Madrid, que dieron por concluido el asiento en dicho año —que, en todo caso, había sido concedido en 1713 sólo por unos treinta años— a cambio de un pago de £100,000 a la Compañía de la Mar del Sur. Como ya vimos, la firma en ese mismo año del Tratado de Madrid con Portugal —un proceso facilitado por el hecho de que Fernando VI (1746-1759) estaba casado con María Bárbara de Braganza, una princesa portuguesa— intentó definir por vez primera las fronteras entre los territorios portugueses e hispanos en el Río de la Plata. A España se le devolvió el puesto de avanzada de Sacramento, que estaba dominado por el contrabando, pero al Brasil se le concedió siete misiones españolas al norte del límite recién establecido, así como vastas regiones de la Amazonía. Un rasgo especialmente interesante, aunque idealista, del tratado fue su intento de negar la lógica y la realidad de las relaciones internacionales vigentes en el siglo XVIII, invocando “la doctrina de las dos 38. Para detalles del asedio véase Kuethe, “La batalla de Cartagena de 1741”.