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JOHN FISHER
EL VIRREINATO DEL PERÚ HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVIII
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parado por Patiño en 1720, al finalizar los dos años de hostilidades formales entre Inglaterra y España) se limitaba a simplificar los
impuestos gravados sobre el comercio colonial, y a comprometerse a asegurar el despacho regular de las flotas sobre una base bien
organizada.34
Los resultados iniciales parecieron ser prometedores, pues unos
galeones relativamente grandes —trece naves con 2,000 toneladas
de carga— partieron de Cádiz hacia Cartagena en junio de 1721,
apenas ocho meses después de lo esperado, con la intención de celebrar la primera feria de Portobelo en regla desde 1708. Sin embargo, los hechos ocurridos luego de su arribo al Caribe mostraron
que a pesar del virtual colapso de los vínculos formales con Cádiz
durante la década anterior, el virreinato peruano había permanecido
relativamente bien provisto de bienes europeos gracias a una combinación de naves mercantes francesas (a las que los funcionarios
locales les seguían permitiendo deshacerse de sus cargamentos en
los puertos peruanos en 1720 , no obstante la prohibición de hacerlo),
ocasionales navíos de registro españoles y naves de asiento inglesas
que suministraban bienes de contrabando principalmente a través
de Buenos Aires.
Aunque estaban obligados a cumplir con las órdenes virreinales y cooperar con el despacho de la flota del Callao-Panamá, bajo
la protección de la armada de la Mar del Sur, los comerciantes del
Consulado de Lima lo hicieron con considerable renuencia y no
fue sino hasta abril de 1722 —ocho meses después de que los galeones hubiesen atracado en Cartagena— que los peruanos llegaron
a Panamá, quedando todavía pendiente cruzar el istmo. Cuando la
feria finalmente comenzó en junio de 1722, los comerciantes que
habían viajado desde España se encontraron con su segundo y más
puntual problema: la presencia del Royal George, el “navío anual”
de la Compañía de la Mar del Sur (que había arribado sin que la
Corona emitiese aún el permiso necesario), con 1,000 toneladas
de mercadería de gran calidad y a precios atractivos (debido aún
más por la disposición de los ingleses a vender en parte a crédito) y,
de modo aún más insidioso, la presencia de más de veinte barcos
mercantes extranjeros en caletas y ensenadas desguardadas cerca
de Portobelo, que lograron comerciar con los mercaderes peruanos
bajo el manto de semilegalidad brindado por el Royal George.35 El
navío inglés incluso asumió la responsabilidad de llevar a España
remesas privadas de metálico —emitiendo cartas de crédito con una
comisión del 8%—, facilitando así el uso en las transacciones de
metales preciosos no registrados.
El resultado inevitable fue que cuando la feria terminó, en agosto
de 1722, una gran parte de las mercaderías que provenía de Cádiz
seguía sin venderse. Al recibir estas noticias, el Consulado gaditano
detuvo inmediatamente los preparativos para el envío de los siguientes galeones, planeado para 1723. Liderados por Patiño, los consejeros de la Corona insistieron, sin embargo, en que debía cumplirse
con el “proyecto regio”, que estipulaba una fecha de partida para el
1 de setiembre de 1723. Si bien la fecha exacta no se cumplió, la
siguiente flota, que constaba de dieciocho naves con 3,100 toneladas
de mercancías, partió el último día de 1723 y llegó a Cartagena en
febrero de 1724. Allí se volvió a repetir la triste charada de 17211722, principalmente debido a la presencia del “navío anual” de la
Compañía de la Mar del Sur, con otro inmenso cargamento de mercaderías. Finalmente, cuando la feria de Portobelo abrió en junio
de 1726, casi dos años después de que los galeones arribasen a
Cartagena —esta gran demora se debió a las dificultades que Castelfuerte, el nuevo virrey, tuvo para encontrar los fondos con los
cuales equipar al escuadrón naval que escoltaría a las naves mercantes del Callao a Panamá—, los comerciantes limeños que asistieron
a ella gastaron la plata que habían acumulado en el contrabando,
antes que en el comercio legal.36
Los galeones de 1726, en realidad la última de las flotas tradicionales dada la naturaleza inconexa de los siguientes viajes, se encontraron atrapados en las Indias dos años más —primero por el temor
34. “Proyecto para galeones, y flotas del Perú, y Nueva España y para navios de
registro y avisos”, AGI, Indiferente General, Leg. 652; también se encuentran
copias en varios otros legajos.
35. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, p. 146.
36. Ibid., p. 155.