COMUNICACIÓN | Page 22

48 JOHN FISHER Cartagena, en donde los ingleses comandados por Edward Vernon fueron rechazados en 1741.21 Mendoza también tuvo sus propios problemas con el saqueo e incendio del puerto norteño de Paita en 1741 a manos de Anson, a pesar de las elaboradas y costosas precauciones defensivas que se habían tomado.22 Cuando Anson se retiró de las costas peruanas a comienzos de 1742, rumbo a Panamá, los ataques directos de los ingleses al Perú no volvieron a repetirse. No obstante, en diciembre de 1742 un escuadrón —que incluía naves comandadas por Juan y Ulloa— fue despachado del Callao a Chile para prevenir cualquier otro ataque.23 Entretanto, el recuerdo de las incursiones hostiles en el Pacífico por parte de navíos y corsarios ingleses, holandeses y (hasta 1698) franceses, era lo suficientemente fuerte en el Perú como para impulsar costosos preparativos defensivos (armar a la milicia, reparar las fortificaciones, fabricar armas y reforzar los escuadrones navales) cada vez que España entraba en guerra con Inglaterra, lo que sucedería en 1762, 1779, 1796 y 1804, muchas veces por largos periodos.24 Para la economía y la hacienda peruanas, un problema aún más insidioso en tiempo de guerra que los grandes gastos y el temor (en algunos casos real) a un ataque extranjero, era la perturbación del comercio —y por lo tanto, también de la minería y otros sectores productivos— debido a la incapacidad o la renuencia de los comerciantes para zarpar sin protección naval. Dado el calamitoso estado 21. McFarlane, Colombia before Independence, pp. 199-200. 22. En la relación de su viaje, Anson explica por qué motivo decidió no atacar el Callao y abandonar su, algo ingenuo, plan de persuadir a los indios del Perú de que se rebelaran en contra de España: Anson, A Voyage Round the World, pp. 15-33. 23. Los detalles de las actividades de Anson y las medidas defensivas tomadas por Mendoza se encuentran en Vargas Ugarte, Historia del Perú, pp. 189-95. 24. Bradley, The Lure of Peru, pp. 194-95. Para no dar sino un ejemplo, en 1782, los preparativos tomados por la marina peruana ante un ataque británico que no llegó a materializarse costaron 684,000 pesos, aún cuando este monto es pequeño en comparación con los 2.6 millones gastados en municiones, provisiones y paga de las tropas durante la rebelión de Túpac Amaru: Escobedo a Gálvez, 5 de febrero de 1785, AGI, Lima, Leg. 1104. EL VIRREINATO DEL PERÚ HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVIII 49 de la marina española a finales del siglo XVII, esto significaba que la única forma de conservar por lo menos cierto intercambio comercial entre el Perú y Europa durante la devastadora Guerra de la Sucesión Española (1700-1713), era que Felipe V, el nuevo rey, abriera el hasta entonces exclusivo sistema comercial imperial del mundo hispano a los navíos mercantes de su Francia natal. Los buques franceses ya habían aparecido en el Pacífico en 1700 como contrabandistas. Por ejemplo, la Compagnie Royale de la Mer Pacifique, constituida en 1698 luego de la firma del Tratado de Ryswick entre España y Francia, despachó en ese mismo año una expedición que partió de La Rochelle bajo el mando de Jacques Gouin de Beauchesne. Éste logró vender algunas telas en Callao, Pisco e Ilo a pesar de la ambigua recepción que le dieron los funcionarios peruanos, y regresó sano y salvo a su puerto de origen en agosto de 1701.25 Al siguiente año, en 1702, Felipe V tomó la portentosa decisión de transferir el codiciado asiento de negros a la Compañia Francesa de Guinea, hasta entonces en manos de navieros portugueses. Esta decisión otorgó al nuevo ali ado de España el derecho exclusivo de proveer a la América hispana con esclavos negros procedentes del África. Aunque este acuerdo se justificaba, e incluso era necesario por la eterna incapacidad española para satisfacer la demanda americana de esclavos con sus propios recursos (España no tenía ninguna posesión en aquellas regiones del África en donde los comerciantes europeos conseguían los esclavos) y por la posibilidad de que el suministro proveniente de mercaderes portugueses e ingleses desapareciese en caso de hostilidades en América, en esencia constituyó una rendición ante la persistente presión francesa en pos de concesiones comerciales. Esta medida dio un acceso indirecto al mercado peruano a través de Buenos Aires, Portobelo y Cartagena a los comerciantes franceses, primero, e ingleses desde 1713 (cuando el Tratado de Utrecht transfirió el asiento a la Compañía Inglesa de la Mar del Sur). En estos puertos, la presencia legítima de navíos que transportaban esclavos escondía el difundido contrabando bajo un manto de legalidad. 25. Bradley, The Lure of Peru, pp. 181-82.