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JOHN FISHER
que asesoraran al virrey con las medidas defensivas necesarias para
proteger al virreinato de esas incursiones, una decisión que ejemplifica la vulnerabilidad de la Real Hacienda y la economía peruanas
ante los conflictos internacionales, sobre los cuales tanto los gobernantes como los gobernados del virreinato tenían poco control.
Estas infortunadas circunstancias parecieron resolverse en 1748
con el Tratado de Aix-la-Chapelle, que abrió un periodo de paz de
más de una década entre España e Inglaterra y, aún más significativamente, con la decisión de Ensenada de conservar la neutralidad hispana en caso de mayores conflictos entre Inglaterra y
Francia. Sin embargo, como luego veremos, la incapacidad de Carlos III para rechazar en 1762 la decisión de sus consejeros de entrar
a la Guerra de los Siete Años (que se libraba desde 1756) del lado
francés, tuvo como consecuencia, en primer lugar, la humillación
militar y naval de España frente a los ingleses y, en segundo lugar,
el que se renovasen las estructuras defensivas del Perú durante el
gobierno de Manuel de Amat (1761-1776).
Si el gobierno de Mendoza —una persona letárgica e indolente,
apenas recordada por la posteridad por su mórbido interés en respaldar las campañas de la Inquisición— fue un reflejo de las evidentes contradicciones de las políticas americanas llevadas a cabo por
España durante los últimos años del reinado de Felipe V, el gobierno de su predecesor, Castelfuerte, se percibe generalmente como
un claro reflejo de la decisión de su patrón, José de Patiño (ministro
de Indias, Marina y Hacienda entre 1726 y 1736), de gobernar eficientemente América a expensas, de ser necesario, de los intereses
criollos. El cuarto de siglo anterior al nombramiento de Castelfuerte
—y en realidad la úl tima década del siglo XVII, dado que el gobierno
de Melchor Portocarrero, conde de la Monclova (1689-1705), cubrió
el cambio de dinastía en 1700— había sido el nadir de la autoridad
imperial española en el virreinato peruano.
En realidad, Portocarrero fue el último de los virreyes asignados
a Lima que antes había servido en México (si bien apenas durante
dos años) y su traslado reflejó la agonía de la tradición según la cual
Madrid veía al Perú como un lugar más importante, estratégica y
económicamente, que la Nueva España. Esta disminución en el status
que le cabía al Perú en la jerarquía imperial se notó en la caída pro-
EL VIRREINATO DEL PERÚ HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVIII
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gresiva de los ingresos de la Caja Real de Lima desde 1660 y fue
asimismo una consecuencia de ella. Aún más grave, por lo menos
desde la perspectiva de la Corona, era que una parte cada vez mayor
de estos ingresos —95% en la década de 1690, en comparación
con 55% en las primeras décadas del siglo— se gastaba dentro del
virreinato, principalmente en su defensa.14
Claro está que la crisis fiscal que se inició a fines del siglo XVII no
significó la decadencia absoluta de la economía peruana. De hecho
ocurrió lo contrario, pues si bien el sector minero experimentó una
prolongada recesión desde la década de 1650 hasta la de 1740
—por lo menos, de acuerdo a la producción y a los impuestos registrados en Potosí, el principal centro productor de plata—, contamos
con amplias evidencias de que lo que el virreinato vivió durante los
aproximadamente cien años anteriores a 1750 fue un proceso de
transición económica, caracterizado por el paso, gradual pero inexorable, de una economía dominada por la minería de plata a otra
más diversificada, que incorporaba un sólido crecimiento en la producción agrícola, el comercio regional y las manufacturas textiles
y artesanales.15
La continua crisis financiera de la Corona —que vio caer los
ingresos de la Caja de Lima de 16.9 millones de pesos entre 1701
y 1710, a 9 millones entre 1711 y 1720— ciertamente reflejaba la
caída gradual de la producción minera y el estancamiento del comercio trasatlántico oficial. Sin embargo, también se debió a la incapacidad de la Corona para diseñar y aplicar un nuevo sistema
14. El mejor estudio del funcionamiento de la Real Hacienda durante el siglo XVII es el
de Andrien, Crisis and Decline, no obstante la renuencia del autor a correlacionar
sus hallazgos con la más amplia “tesis de la depresión”, enunciada por vez primera
por Woodrow Borah en la década de 1950. Con fines comparativos véase TePaske
y Klein, “The Seventeenth-Century Crisis in New Spain”.
15. Sigue siendo notablemente difícil ubicar información exacta sobre la producción
minera real —en oposición a la renta procedente de los impuestos (a partir de la
cual se la puede extrapolar)— antes de 1776, no sólo para los centros mineros
secundarios del Bajo Perú, sino también para los centros principales (Potosí y
Oruro) del Alto Perú. Las mejores fuentes para la producción de Potosí son Bakewell,
“Registered Silver Production”, y Tandeter, Coacción y mercado. Para un cuadro
global de la producción peruana véase Brading y Cross, “Colonial Silver Mining”.