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JOHN FISHER
a quien conociera en la marina. Gil se demoró casi un año en partir a
América y al llegar a Honda en 1789, se encontró con nuevas instrucciones
que le ordenaban partir al Perú. Al final se dirigió primero a Santa Fe,
para recoger el equipaje y los miembros de su familia que habían sido
enviados anticipadamente. Después de un viaje algo complicado a través
de Cartagena, Panamá, Paita y Trujillo, Gil asumió su cargo en Lima, en
mayo de 1790.
A pesar de la cada vez mayor confusión política imperante en Madrid
a comienzos de esta década, el Perú vivió un considerable desarrollo cultural
durante su gobierno: el progresista Mercurio Peruano apareció regularmente
entre 1791 y 1794, y la Sociedad de Amantes del País de Lima, que lo
publicaba, buscó promover el crecimiento económico con el respaldo del
virrey. Gil supervisó el levantamiento de un censo detallado de la población
en 1792, así como un programa de obras públicas, y buscó restaurar el
prestigio de la autoridad virreinal a expensas de los intendentes de provincias. Bajo su vigilancia, estos últimos fueron especialmente activos en
el levantamiento de mapas y la realización de visitas provinciales. Si bien
hay ciertas evidencias de nepotismo en favor de sus sobrinos —uno de
ellos (Vicente) pasó a ser intendente de Trujillo, y otro (Francisco) el comandante de la guardia virreinal—, Gil por lo general fue considerado
una persona progresista y desinteresada, como correspondía a un caballero
de la Orden de San Juan. A su regreso a España, a comienzos de 1797 y
luego de entregar el mando a O’Higgins en junio de 1796, fue nombrado
al Supremo Consejo de Guerra, convirtiéndose en comandante de la marina en 1799, ministro de Marina en 1805 y miembro de la Junta de Gobierno de Fernando VII, mediante la cual éste obligó a su padre a que
abdicara en marzo de 1808. Después de la abdicación del propio Fernando,
Gil se rehusó a reconocer a José Bonaparte como rey de España y renunció
a su cargo.
O’HIGGINS (1720-1801)19
Aunque la posteridad le conoce más como el padre de Bernardo O’Higgins,
el primer presidente de Chile, Ambrosio O’Higgins (a quien se le concediera
19. Vargas Ugarte, Historia general, 5: pp. 131-52; Barbier, Reform and Politics,
pp. 157-88; Donoso, El marqués de Osorno.
LOS VIRREYES DEL PERÚ EN EL PERIODO BORBÓNICO
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el título de marqués de Osorno en 1796) fue una persona importante por
méritos propios, en particular como capitán general de Chile a partir de
1788 y luego como virrey del Perú desde mediados de 1796 hasta su
muerte en el mando, en marzo de 1801. Sus cinco años como virrey se
vieron complicados por las prolongadas hostilidades entre España e
Inglaterra, que afectaron el comercio peruano con la metrópoli y obligaron
a gastar más en las medidas defensivas tomadas a lo largo de la costa del
Pacífico. Su origen y los primeros años de su carrera son algo oscuros,
pero lo que sabemos de ellos sugieren que en muchos aspectos no fue
distinto del gran número de irlandeses que sirvieron a la Corona española en el siglo XVIII. Nacido en el pueblo de Ballenary, en la provincia de
Connaught (según algunas versiones, sus padres sostenían descender
de una noble familia irlandesa), O’Higgins emigró a España en 1751, inicialmente para emprender una carrera comercial en Cádiz. Sus actividades
empresariales le llevaron a Buenos Aires en 1756 y de allí a Chile en
1757, antes de que regresara a Cádiz en 1760. Volvió a Chile en 1763
como miembro de una expedición científica dirigida por su compatriota
John Garland y, de vuelta en Madrid en 1766, también cultivó la amistad
de un irlandés aún más influyente, el ministro Ricardo Wall. Su ininterrumpida experiencia americana, que tomó las tres últimas décadas de su
vida, comenzó con su regreso a Chile en 1769, en donde emprendió una
carrera militar sin abandonar del todo sus actividades comerciales, inicialmente como un capitán de dragones en la frontera sur. Su ascenso en la
jerarquía militar fue rápido y llegó al rango de brigadier general en 1783.
Su conspicuo éxito en conservar la paz con los araucanos mediante una
combinación de fuerza y diplomacia hizo que se le nombrara como el
primer intendente de Concepción en 1785, y que se le ascendiera, tras la
muerte del capitán general Ambrosio de Benavides en 1787, al puesto de
gobernador supremo de Chile en 1788.
En este último papel O’Higgins tuvo éxito en completar las reformas
borbónicas —principalmente incrementando las rentas estatales, para satisfacción de las autoridades en Madrid— sin alienar a la elite local, que
estaba viviendo los beneficios de la expansión comercial y general de la
economía de comienzos de la década de 1790. Su posterior gobierno en
Lima, luego de ser ascendido a virrey (un camino seguido ya por Amat y
Jáuregui), fue algo más vigoroso de lo que podría haberse esperado de
alguien que tenía 76 años en el momento de su elección. Su relación con
los intendentes del virreinato —que había sido algo tensa durante el