JOHN FISHER
264
siete semanas— como virrey en 1716 (15 de agosto - 5 de octubre) hasta el
arribo de Carácciolo (Santo Buono) a Lima, aunque la brevedad en esta
ocasión refleja en parte su propia demora en viajar a la capital virreinal
desde Chuquisaca. Su segundo y más importante periodo de gobierno
—entre la partida de Carácciolo en enero de 1720 y el arribo de Armendáriz (Castelfuerte) en mayo de 1724— fue la última fase de un largo periodo de inestabilidad administrativa que había durado veinte años (lo
que Vargas Ugarte describe como una “inestabilidad de virreyes”), antes
de que se manifestara en Madrid la determinación de darle al Perú y a
otras partes de América un gobierno más decidido.8
Nacido en Villa Robledo (La Mancha), Morcillo entró a la orden de
los frailes trinitarios a temprana edad, convirtiéndose en su provincial en
España y ocupando varios cargos en la corte antes de ser nombrado
obispo de Nicaragua en 1704. Al final fue transferido a la diócesis de La
Paz en 1708 antes de llegar a su destino inicial, y poco después (en 1711)
se le promovió al prestigioso arzobispado de Charcas. Su ascenso eclesiástico —asistido, según una fuente, por generosos presentes hechos en
la corte— culminó en 1723 al ser nombrado arzobispo de Lima, cargo
que ocupó hasta su muerte en 1730.9 Ya desusadamente viejo —78 años—
incluso según las laxas costumbres peruanas para cuando inició su periodo de control sustantivo, Morcillo fue criticado a menudo por sus contemporáneos por no lograr hacer frente a la necesidad de tomar medidas
decididas en contra del contrabando francés. También se le acusó de nepotismo, en particular luego de que su sobrino, Pedro Morcillo, fuese nombrado obispo auxiliar del Cuzco en 1724 (posteriormente sirvió como
obispo de Panamá a partir de 1728, y culminó su carrera como obispo
del Cuzco entre 1743 y 1747), y de una predisposición a hacerse de la vista gorda ante las irregularidades relacionadas con las actividades comerciales inglesas en Portobelo a cambio de los sobornos de los comerciantes.
Sus defensores, entre ellos Vargas Ugarte, lo describen como incompetente
y espiritual más que como corrupto.10 El acontecimiento eclesiástico más
sobresaliente de su gobierno como arzobispo de Lima fueron las celebra-
8.
Ibid., p. 95.
9.
Sánchez Pedrote, “Los prelados virreyes”, pp. 26-27.
10. Vargas Ugarte, Historia general, 4: p. 122.
LOS VIRREYES DEL PERÚ EN EL PERIODO BORBÓNICO
265
ciones, en 1729, de la canonización (ocurrida en 1726) de Santo Toribio
y San Francisco Solano por parte de Benedicto XIII.
ARMENDÁRIZ (1670-1770)11
Nativo de Rivagorza, Navarra, Armendáriz siguió una distinguida carrera
militar desde temprana edad, sirviendo en Flandes, Nápoles, Portugal y
España misma durante la Guerra de Sucesión, y recibió su título de Felipe
V por su decisiva intervención en la batalla de Villaviciosa. Nombrado
virrey después de servir como capitán general de Guipúzcoa, Castelfuerte
tuvo buenas relaciones con José de Patiño (ministro de las Indias, Marina y Hacienda, 1726-1736), con quien sirviera en Italia en 1717-1718.
Armendáriz fue el primero de los arquetípicos funcionarios militares del
periodo borbónico, identificados con la búsqueda de un gobierno más eficiente antes que con la protección de los intereses criollos. Fue especialmente vigoroso en su campaña contra el contrabando en la costa del
Pacífico, y también impuso mayores reglamentaciones a la feria de Portobelo, las dos últimas de las cuales tuvieron lugar durante su gobierno,
en 1726 y 1731.
Castelfuerte intervino decisivamente en contra de toda manifestación
de descontento, incluyendo la rebelión mestiza de Alejo Calatayud en
Cochabamba y el intento de separar el Paraguay del control virreinal perpetrado por José de Antequera, un antiguo oidor de Charcas, pero tuvo
menos éxito en detener los abusos que los corregidores cometían en el
gobierno local. A su regreso a España recibió la inusual distinción de ser
decorado con la Orden del Toisón de Oro (usualmente reservada a los
miembros de la familia real) y se le dio el mando de un regimiento de
guardias reales. Una persona austera que jamás contrajo matrimonio,
Castelfuerte tuvo durante toda su vida una reputación de escrupulosa
honestidad.
11. “Relación”, en Fuentes, Memorias, 3: pp. 1-369.