Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Esperanza. Tita, asustadísima, trató de parar la riña, lanzándoles una cubeta de agua. Lo
que logró fue que enfurecieran más y que subieran de tono la pelea. Formaron un círculo,
dentro del cual se correteaban unas a otras vertiginosamente. De pronto, las gallinas se
vieron atrapadas irremediablemente por la fuerza que ellas mismas generaban en su alocada
carrera y ya no pudieron zafarse del remolino de plumas, polvo y sangre que empezó a girar y
girar cada vez con más fuerza hasta convertirse en un poderoso tornado que arrasaba con
todo lo que encontraba a su paso, empezando por los objetos más cercanos, en este caso, los
pañales de Esperanza, que estaban sobre los tendederos del patio. Tita trató de rescatar
algunos pañales, pero al ir a tomarlos, se vio arrastrada por la fuerza del poderoso remolino
que la levantó varios metros del piso, le dio tres vueltas infernales entre la furia de los
picotazos para después lanzarla con ímpetu hasta el extremo opuesto del patio, en donde
cayó como costal de papas.
Tita se quedó pecho tierra asustadísima. No quería moverse. Si el remolino la atrapaba
nuevamente corría el peligro de que las gallinas le sacaran un ojo. Este vórtice de gallinas fue
perforando los terrenos del patio, haciendo un pozo profundo por el que la mayoría de ellas
desapareció de este mundo. La tierra se las tragó. De esta pelea sólo sobrevivieron tres
gallinas pelonas y tuertas. De los pañales ninguno.
Tita, sacudiéndose el polvo, revisó el patio; ni señas había de las gallinas. Lo que más le
preocupaba era la desaparición de los pañales que con tanto amor había bordado. Tendrían
que reponerlos rápidamente por unos nuevos. Bueno, pensándolo bien ése ya no era su
problema; Rosaura había dicho que no quería que se acercara más a Esperanza, ¿no?..
Entonces, que ella se encargara de solucionar su problema y Tita se encargaría de solucionar
el suyo, que por el momento sólo era tener lista la comida para John y la tía Mary.
Entró a la cocina y se dispuso a terminar de preparar los frijoles, pero cuál no seria su
sorpresa al ver que a pesar de todas las horas que llevaban en el fuego los frijoles aún no
estaban cocidos.
Algo anormal estaba pasando. Tita recordó que Nacha siempre le decía que cuando dos o
más personas discutían mientras estaban preparando tamales, éstos quedaban crudos.
Podían pasar días y días sin que se cocieran, pues los tamales estaban enojados. En estos
casos era necesario que se les cantara, para que se contentaran y lograran cocerse. Tita
supuso que esto mismo les habla pasado a sus frijoles, pues hablan presenciado la pelea con
Rosaura. Entonces no le quedó de otra que tratar de modificar su estado de ánimo y
cantarles a los frijoles con amor, pues contaba con muy poco tiempo para tener lista la
comida de sus invitados.
Para esto, lo más conveniente era buscar en su memoria algún momento de enorme
felicidad y revivirlo mientras cantaba. Cerró los ojos y empezó a cantar un vals que decía:
«Soy feliz desde que te vi, te entregué mi amor y mi alma perdí...». A su mente acudieron
presurosas las imágenes de su primer encuentro con Pedro en el cuarto obscuro. La pasión
con que Pedro la había despojado de sus ropas, provocando que bajo su piel la carne se
abrasara al entrar en contacto con esas manos incandescentes. La sangre bullía bajo sus
venas. El corazón lanzaba borbotones de pasión. Poco a poco el frenesí había ido cediendo y
dando paso a una ternura infinita que logró aplacar sus agitadas almas.
Mientras Tita cantaba, el caldo de los frijoles hervía con vehemencia. Los frijoles dejaron
que el líquido en que nadaban los penetrara y empezaron a hincharse casi hasta reventar.
Cuando Tita abrió los ojos y sacó un frijol para examinarlo, comprobó que los frijoles ya
estaban en su punto exacto. Esto le proporcionaría tiempo suficiente para dedicarlo a su
arreglo personal, antes de que llegara la tía Mary. Feliz de la vida dejó la cocina y se dirigió a
su recámara, con el propósito de acicalarse. Lo primero que tenla que hacer era lavarse los
dientes. La revolcada en el piso que sufrió a causa del aventón que le dio el torbellino de
gallinas, se los había dejado llenos de tierra. Tomó una porción del polvo para limpiar la
dentadura y se los cepilló vigorosamente.
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