Como agua para chocolate
Laura Esquivel
En la escuela le habían enseñado a preparar estos polvos. Se fabrican poniendo media
onza de cremor, media de azúcar y media de hueso de jibia, junto con dos dracmas de lirios
de Florencia y sangre de drago; se reducen a polvo todos los ingredientes y se mezclan. La
profesora Jovita, fue la encargada de hacerlo. Fue su maestra durante tres años seguidos.
Era una mujer pequeña y menudita. Todos la recordaban, no tanto por los conocimientos
que les había transmitido sino porque era todo un personaje. Dicen que a los 18 años habla
quedado viuda y con un hijo. Nunca quiso darle un padrastro al niño, así es que,
voluntariamente, se pasó la vida en absoluto celibato. Bueno, quién sabe qué tanto estaba
convencida de esta resolución y qué tanto le afectó, pues la pobre, con los años, fue
perdiendo la razón. Trabajaba día y noche para poner coto a los malos pensamientos. Su
frase preferida era «La ociosidad es la madre de todos los vicios». Así que no descansaba ni
un segundo al día. Cada vez trabajaba más y dormía menos. Con el tiempo el trabajo dentro
de su casa no le fue suficiente como para calmar su espíritu, así es que se salía a la calle a
las cinco de la mañana a barrer la banqueta. La suya y la de sus vecinas. Después fue
aumentando su circulo de acción a la de las cuatro manzanas que rodeaban su casa y así
poco a poco, in crescendo, hasta que llegó a barrer todo Piedras Negras antes de irse a la
escuela. Algunas veces se le quedaban sobre el pelo motas de basura y los niños se burlaban
de eso. Tita, mirándose en el espejo, descubrió que su imagen se asemejaba a la de su
maestra. Tal vez sólo era por las plumas que traía enredadas en el pelo a causa del revolcón,
pero Tita igual se horrorizó.
De ninguna manera quería convertirse en otra Jovita. Se sacudió las plumas y
cepillándose con fuerza se peinó y bajó a recibir a John y a Mary que en ese momento
llegaban. Los ladridos del Pulque anunciaron su presencia en el rancho.
Tita los recibió en la sala. La tía Mary era tal y como se la había imaginado: una fina y
agradable señora de edad. A pesar de los años que llevaba encima, su arreglo personal era
impecable.
Traía un discreto sombrero de flores, en color pastel, que contrastaba con el blanco de su
cabellera. Sus guantes hacían juego con el color del pelo, relucían de albor. Para caminar, se
apoyaba en un bastón de caoba, con puño de plata en forma de cisne. Su conversación era
de lo más amena. La tía quedó encantada con Tita y felicitó ampliamente a su sobrino por su
atinada elección, y a Tita por el perfecto inglés que hablaba.
Tita disculpó a su hermana por no estar presente, pues se sentía indispuesta y los invitó a
pasar al comedor.
A la tía le encantó el arroz con plátanos fritos y elogió muchísimo el arreglo de frijoles.
Al servirse se les pone el queso rallado y se adornan con hojas tiernas de lechuga,
rebanadas de aguacate, rabanitos picados, chiles tornachiles y aceitunas.
La tía estaba acostumbrada a otra clase de comida, pero esto no fue un impedimento para
que pudiera apreciar lo sabroso que Tita cocinaba.
-Mmmm. Esto está delicioso, Tita.
-Qué suerte tienes Johnny, de ahora en adelante sí vas a comer bien, porque Caty, la
verdad, cocina muy mal. Hasta vas a engordar con el matrimonio.
John observó que Tita se turbaba.
-¿Te pasa algo, Tita?
-Sí, pero ahorita no te lo puedo decir, tu tía se va a sentir mal si dejamos de hablar en
inglés.
John, hablando en español, le respondió:
-No, no te preocupes, está completamente sorda.
-¿Entonces cómo puede conversar tan bien?
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