Como agua para chocolate
Laura Esquivel
-Voy a darle de comer a mi hija. De hoy en adelante no quiero que tú lo vuelvas a hacer, la
podrías manchar de lodo. De ti sólo recibiría malos ejemplos y malos consejos.
-De eso sí puedes estar muy segura. ¡No voy a permitir que a tu hija la envenenes con las
ideas de tu enferma cabeza. Ni voy a dejar que le arruines la vida obligándola a seguir una
tradición estúpida!
-¿Ah sí? ¿Y cómo vas a impedirlo? De seguro piensas que te voy a dejar estar cerca de ella
como hasta ahora, pero fíjate chiquita que no. ¿Cuándo has visto que a las mujeres de la
calle se les permita estar junto a las niñas de familias decentes?
-¡No me digas que en serio crees que nuestra familia es decente!
-Mi pequeña familia sí lo es. Y para que lo siga siendo te prohíbo acercarte a mi hija, o me
voy a ver en la necesidad de correrte de esta casa, que mamá me heredó. ¿Lo entiendes?
Rosaura salió de la cocina con la papilla que Tita había preparado para Esperanza y se fue
a darle de comer. A Tita no le podía haber hecho nada peor. Sabía lastimarla en lo más
profundo.
Esperanza era una de las cosas más importantes de este mundo para ella. ¡Qué dolor
sentía! Mientras partía el último pedazo de tortilla que tenía en las manos deseó con toda su
alma que a su hermana se la tragara la tierra. Era lo menos que se merecía.
Mientras discutía con Rosaura no había dejado de desmenuzar los trozos de tortillas, por
lo que las había dejado partidas en pedazos minúsculos. Tita, con furia, las puso sobre un
plato y salió a tirárselas a las gallinas, para luego continuar con la preparación de los frijoles.
Todo el tendero del patio estaba lleno de los relucientes pañales de Esperanza. Eran unos
pañales bellísimos. Entre todas se habían pasado tardes enteras bordándole las orillas. El
viento los mecía y parecían olas de espuma. Tita desvió su mirada de los pañales. Tenía que
olvidarse de la niña, estaba comiendo por primera vez sin ella, si es que quería terminar de
preparar la comida. Se metió a la cocina y prosiguió con la elaboración de los frijoles.
Se pone a freír la cebolla picada en manteca. Al dorarse se le agrega ahí mismo el chile
ancho molido y sal al gusto.
Ya que sazonó el caldillo, se le incorporan los frijoles junto con la carne y el chicharrón.
Fue inútil tratar de olvidarse de Esperanza. Cuando Tita vació los frijoles en la olla recordó
lo mucho que a la niña le gustaba el caldo de frijol. Para dárselo, la sentaba sobre sus
piernas, le ponía una gran servilleta en el pecho y se lo daba con una cucharita de plata. Qué
alegría sintió el día en que escuchó el sonido de la cuchara al chocar con la punta del primer
diente de Esperanza. Ahora le estaban saliendo dos más. Tita ponía mucho cuidado de no
lastimárselos cuando le daba de comer. Ojalá que Rosaura hiciera lo mismo. ¡Pero qué iba a
saber! Si nu