Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Por tanto, los chilaquiles no le supieron como en otras ocasiones: les faltaba la compañía
de alguien. De pronto escuchó unos pasos. La puerta de la cocina se abrió y apareció
Rosaura.
Tita se sorprendió al verla. Estaba igual de delgada que cuando era soltera. ¡Con sólo una
semana de no comer! Parecía imposible que hubiera perdido 30 kilos en sólo siete días, pero
así era. Lo mismo le habla pasado cuando se habían ido a vivir a San Antonio: adelgazó
rápidamente, pero no hacia más que regresar al rancho y ¡a engordar!
Rosaura entró altivamente y se sentó frente a Tita. La hora de enfrentarse con su hermana
había llegado, pero no seria Tita quien iniciara la disputa. Retiró el plato, le dio un sorbo a su
café y empezó cuidadosamente a partir en trozos pequeños las orillas de la tortillas que había
utilizado para hacer sus chilaquiles.
Acostumbraban a quitarle la orilla a todas las tortillas que comían para echárselas a las
gallinas. También desmenuzaban el migajón del bolillo con la misma intención. Rosaura y
Tita se miraron fijamente a los ojos y permanecieron en esta actitud hasta que Rosaura abrió
la discusión.
-Creo que tenemos pendiente una conversación, ¿no lo crees?
-Sí, sí lo creo. Y creo que fue desde que te casaste con mi novio.
-Está bien, si lo quieres, empecemos por ahí. Tú tuviste un novio indebidamente. No te
correspondía tenerlo.
-¿Según quién? ¿Según mamá o según tú?
-Según la tradición de la familia, que tú rompiste.
-Y que voy a romper cuantas veces sea necesario, mientras esa maldita tradición no me
tome en cuenta. Yo tenla el mismo derecho a casarme que tú, y tú eras la que no tenla
derecho a meterse en medio de dos personas que se querían profundamente.
-Pues ni tan profundamente. Ya ves cómo Pedro te cambió por mí a la menor oportunidad.
Yo me casé con él, porque él así lo quiso. Y si tuvieras tantito orgullo lo deberías de haber
olvidado para siempre.
-Pues para tu información, se casó contigo sólo por estar cerca de mí. No te quería y tú lo
sabias muy bien.
-Mira, mejor ya no hablemos del pasado, a mí no me importan los motivos por los que
Pedro se casó conmigo. Se casó y punto. Y yo no voy a permitir que ustedes dos se burlen de
mí, ¡óyelo bien! No estoy dispuesta a hacerlo.
-Nadie intenta burlarse de ti, Rosaura, no entiendes nada.
-No, ¡qué va! Entiendo muy bien el papel en el que me dejas, cuando toda la gente del
rancho te ve llorando al lado de Pedro y tomándolo amorosamente de la mano. ¿Sabes cuál
es? ¡El del hazmerreír! ¡De veras que no tienes perdón de Dios! Y mira, a mí me tiene muy sin
cuidado si tú y Pedro se van al infierno por andarse besuqueando por todos los rincones. Es
más, de ahora en adelante pueden hacerlo cuantas veces quieran. Mientras nadie se entere,
a mí no me importa, porque Pedro va a necesitar hacerlo con la que sea, pues lo que es a mí,
no me va a volver a poner una sola mano encima. ¡Yo sí tengo dignidad! Que se busque una
cualquiera como tú para sus cochinadas, pero eso sí, en esta casa yo voy a seguir siendo la
esposa. Y ante los ojos de los demás también. Porque el día que alguien los vea y me vuelvan
a hacer quedar en ridículo, te juro que se van a arrepentir.
Los gritos de Rosaura se confundían con los del llanto apremiante de Esperanza. Desde
hacía un rato la niña lloraba, pero había ido subiendo gradualmente el tono de sus sollozos
hasta alcanzar niveles insoportables. De seguro ya quería comer. Rosaura se levantó
lentamente y dijo:
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