Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Después de desvenados los chiles, se ponen a remojar en agua caliente y por último se
muelen.
Inmediatamente después de haber dejado los chiles remojando, Tita preparó el desayuno
de Pedro y se lo llevó a su recámara.
Ya se encontraba bastante restablecido de sus quemaduras. Tita en ningún momento
había dejado de aplicarle la corteza del tepezcohuite, y con esto había evitado que a Pedro le
quedaran cicatrices. John había aprobado por completo el tratamiento. Él mismo,
curiosamente, continuaba desde hacía tiempo los experimentos con esta corteza que su
abuela «Luz del amanecer» había iniciado. Pero esperaba a Tita ansiosamente. Aparte de las
deliciosas comidas que ésta le llevaba a diario, otro aspecto relevante influyó en su
asombroso restablecimiento: las pláticas que tenía con ella después de tomar sus alimentos.
Pero esta mañana Tita no tenía tiempo para dedicarle, quería preparar la comida para John
lo mejor posible. Pero, estallando en celos, le dijo:
-Lo que deberías hacer en vez de invitarlo a comer, es decirle de una vez por todas que no
te vas a casar con él, porque estás esperando un hijo mío.
-No puedo decirle eso, Pedro.
-¿Qué? ¿Tienes miedo de lastimar al doctorcito?
-No es que tenga miedo, sino que sería muy injusto tratar a John de esa manera, él se
merece todo mi respeto y tengo que esperar al mejor momento para hablarle.
-Si no lo haces tú, lo voy a hacer yo mismo.
-No, no le vas a decir nada; en primera, porque no te lo permito y, en segunda, porque no
estoy embarazada.
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Lo que confundí con un embarazo fue sólo un desarreglo, pero ya me normalicé.
-Entonces ¿es eso? Ahora entiendo perfectamente lo que te pasa. No quieres hablar con
John porque tal vez estás dudando entre quedarte a mi lado o casarte con él ¿verdad? Ahora
ya no estás atada a mí, un pobre enfermo.
Tita no entendía esta actitud de Pedro: parecía un niño chiquito emberrinchado. Hablaba
como si fuera a estar enfermo por el resto de sus días y no era para tanto, en poco tiempo
estaría restablecido por completo. Sin duda el accidente que sufrió le había alterado la
mente. Tal vez tenía la cabeza llena del humo que su cuerpo había despedido al quemarse y
así como un pan achicharrado altera el olor de toda una casa convirtiéndolo en
desagradable, así su cerebro ahumado lanzaba estos negros pensamientos transmutando
sus usualmente gratas palabras en insoportables. No era posible que dudara de ella, ni
tampoco que tuviera la intención de actuar contrariamente a lo que siempre había sido una
característica de su conducta para con los demás: la decencia.
Salió de la recámara muy molesta, y Pedro, antes de que cerrara la puerta, le gritó que no
quería que volviera a llevarle la comida, que mandara a Chencha, para que pudiera tener
tiempo suficiente de ver a John sin ningún problema.
Tita entró enojada a la cocina y se dispuso a desayunar, no lo había hecho antes pues
para ella su primer interés era atender a Pedro y después su trabajo diario, y todo ¿para
qué? Para que Pedro en lugar de tomárselo en cuenta reaccionara como lo hizo, ofendiéndola
con sus palabras y actitudes. Definitivamente Pedro estaba convertido en un monstruo de
egoísmo y celos.
Se preparó unos chilaquiles y se sentó a comerlos en la mesa de la cocina. No le gustaba
hacerlo sola y últimamente no le había quedado otra, pues Pedro no se podía mover de la
cama, Rosaura no quería salir de su recámara y permanecía encerrada a piedra y lodo sin
recibir alimentos, y Chencha, después de tener su primer hijo, se había tomado unos días de
reposo.
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