Como agua para chocolate
Laura Esquivel
entonces con el azúcar, machacándolo con un mazo y moliendo las dos cosas juntas. En
seguida se divide la masa en trozos. Con las manos se moldean las tablillas, redondas o
alargadas, según el gusto, y se ponen a orear. Con la punta de un cuchillo se le pueden
señalar las divisiones que se deseen. Mientras Tita daba forma a las tablillas, añoró con
tristeza los días de Reyes de su infancia, en los que no tenía problemas tan serios. Su mayor
preocupación en esa época era que los Santos Reyes nunca le traían lo que ella pedía, sino lo
que Mamá Elena pensaba que sería lo más adecuado para ella. Hasta hacía algunos años no
se había enterado de que la causa por la que en una sola ocasión sí recibió el regalo esperado
fue porque Nacha se pasó algún tiempo ahorrando de su salario para comprarle un «cinito»
que había visto en el aparador de una tienda. Le llamaban cinito, por ser un aparato qué
proyectaba imágenes en la pared utilizando un quinqué de petróleo como fuente de luz,
dando un efecto parecido al del cine, pero su nombre verdadero era el de «zootropo». Qué
enorme felicidad le proporcionó verlo junto a su zapato, al despertarse por la mañana.
Cuántas tardes gozaron ella y sus hermanas viendo las imágenes en secuencia que venían
dibujadas en tiras de cristal, y que representaban diferentes situaciones de lo más divertidas.
Qué lejos le parecían ahora esos días de felicidad, cuando Nacha estaba a su lado. ¡Nacha!
Extrañaba su olor a sopa de fideos, a chilaquiles, a champurrado, a salsa de molcajete, a pan
con natas, a tiempos pasados. ¡Por siempre serían insuperables su sazón, sus atoles, sus tés,
su risa, sus chiqueadores en las sienes, su manera de trenzarle el pelo, de arroparla por las
noches, de cuidarla en sus enfermedades, de cocinarle sus antojos, de batir el chocolate! ¡Si
pudiera volver un solo momento a aquella época para traerse de regreso un poco de la alegría
de esos instantes y poder preparar la rosca de Reyes con el mismo entusiasmo que entonces!
Si pudiera comerla más tarde con sus hermanas como en los viejos tiempos, entre chanzas y
bromas, cuando aún no tenían que disputarse Rosaura y ella el amor de un hombre, como
cuando ella aún ignoraba que le estaba negado el matrimonio en esta vida, como cuando
Gertrudis no sabía que huiría de la casa y trabajaría en un burdel, como cuando al sacarse
el muñeco de la rosca se tenia la esperanza de que lo que se deseara se cumpliría
milagrosamente al pie de la letra. La vida le había enseñado que la cosa no era tan fácil, que
son pocos los que pasándose de listos logran realizar sus deseos a costa de lo que sea, y que
obtener el derecho de determinar su propia vida le iba a costar más trabajo del que se
imaginaba. Esta lucha la tendría que dar sola, y esto le pesaba. ¡Si al menos estuviera a su
lado Gertrudis, su hermana! Pero parecía más probable que un muerto volviera a la vida que
Gertrudis regresara a la casa.
Nunca habían vuelto a recibir noticias de ella, desde que Nicolás le había hecho entrega de
su ropa, en el burdel donde había ido a caer. En fin, dejando orear al lado de sus recuerdos
las tablillas de chocolate que acababa de terminar, se dispuso a preparar la rosca de Reyes.
INGREDIENTES:
30 g de levadura fresca
1 ¼ kg. de harina
8 huevos
2 cucharadas de agua de azahar
1 ½ tazas de leche
300 g de azúcar
300 g de mantequilla
250 g de frutas cubiertas
1 muñeco de porcelana
Manera de hacerse:
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