Como agua para chocolate
Laura Esquivel
día en que nació. Qué bien le hizo platicar largo rato con Nacha. Igual que en los viejos
tiempos, cuando Nacha aún vivía y juntas habían preparado infinidad de veces caldo de
colita. Rieron al revivir esos momentos y lloraron al recordar los pasos a seguir en la
preparación de esta receta. Por fin había logrado recordar una receta, al rememorar como
primer paso, la picada de la cebolla.
La cebolla y el ajo se pican finamente y se ponen a freír en un poco de aceite; una vez que
se acitronan se les incorporan las papas, los ejotes y el jitomate picado hasta que se sazonen.
John interrumpió estos recuerdos al entrar bruscamente en el cuarto, alarmado por el
riachuelo que corría escaleras abajo.
Cuando se dio cuenta de que se trataba de las lágrimas de Tita, John bendijo a Chencha y
a su caldo de colita por haber logrado lo que ninguna de sus medicinas había podido: que
Tita llorara de esa manera. Apenado por la intromisión, se dispuso a retirarse. La voz de Tita
se lo impidió. Esa melodiosa voz que no había pronunciado palabra en seis meses.
-¡John! ¡No se vaya, por favor!
John permaneció a su lado y fue testigo de cómo pasó Tita de las lágrimas a las sonrisas,
al escuchar por boca de Chencha todo tipo de chismes e infortunios. Así se enteró el doctor
de que Mamá Elena tenía prohibidas las visitas a Tita. En la familia De la Garza se podían
perdonar algunas cosas, pero nunca la desobediencia ni el cuestionamiento de las actitudes
de los padres. Mamá Elena no le perdonaría jamás a Tita que, loca o no loca, la hubiera
culpado de la muerte de su nieto. Y al igual que con Gertrudis, tenía vetado inclusive el que
se pronunciara su nombre. Por cierto, Nicolás había regresado hacía poco con noticias de
ella.
Efectivamente la había encontrado trabajando en un burdel. Le había entregado su ropa y
ella le había mandado una carta a Tita. Chencha se la dio y Tita la leyó en silencio:
Querida Tita:
No sabes cómo te agradezco el que me hayas enviado mi ropa. Por fortuna aún me
encontraba aquí y la pude recibir. Mañana voy a dejar este lugar, pues no es el que
me pertenece. Aún no se cuál será, pero sé que en alguna parte tengo que encontrar
un sitio adecuado para mí. Si caí aquí fue porque sentía que un fuego muy intenso me
quemaba por dentro, el hombre que me cogió en el campo prácticamente me salvó la
vida. Ojalá lo vuelva a encontrar algún día. Me dejó porque sus fuerzas se estaban
agotando a mi lado, sin haber logrado aplacar mi fuego interior. Por fin ahora,
después de que infinidad de hombres han pasado por mí, siento un gran alivio. Tal vez
algún día regrese a casa y te lo pueda explicar.
Te quiere tu hermana Gertrudis.
Tita guardó la carta en la bolsa de su vestido y no hizo el menor comentario. El que
Chencha no le preguntara nada sobre el contenido de la carta indicaba claramente que ya la
había leído al derecho y al revés.
Más tarde, entre Tita, Chencha y John secaron la recámara, las escaleras y la planta baja.
Al despedirse, Tita le comunicó a Chencha su decisión de no regresar nunca más al
rancho y le pid ió que se lo hiciera saber a su madre. Mientras Chencha cruzaba por enésima
vez el puente entre Eagle Pass y Piedras Negras, sin darse cuenta, pensaba cuál sería la
mejor manera de darle la noticia a Mamá Elena. Los celadores de ambos países la dejaron
hacerlo, pues la conocían desde niña. Además resultaba de lo más divertido verla caminar de
un lado a otro hablando sola y mordisqueando su rebozo. Sentía que su ingenio para
inventar estaba paralizado por el terror.
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