Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Caldo de colita de res
VII. Julio
INGREDIENTES:
2 colitas de res
1 cebolla
2 dientes de ajo
4 jitomates
¼ de kilo de ejotes
2 papas
4 chiles moritas
Manera de hacerse:
Las colitas partidas se ponen a cocer con un trozo de cebolla, un diente de ajo, sal y
pimienta al gusto. Es conveniente poner un poco más de agua de la que normalmente se
utiliza para un cocido, teniendo en cuenta que vamos a preparar un caldo. Y un buen caldo
que se respete tiene que ser caldoso, sin caer en lo aguado.
Los caldos pueden curar cualquier enfermedad física o mental, bueno, al menos ésa era la
creencia de Chencha y Tita, que por mucho tiempo no le había dado el crédito suficiente.
Ahora no podía menos que aceptarla como cierta.
Hacía tres meses, al probar una cucharada del caldo que Chencha le preparó y le llevó a la
casa del doctor John Brown, Tita había recobrado toda su cordura.
Estaba recargada en el cristal, viendo a través de la ventana a Alex, el hijo de John, en el
patio, corriendo tras unas palomas.
Escuchó los pasos de John subiendo las escaleras, esperaba con ansia su acostumbrada
visita. Las palabras de John eran su único enlace con el mundo. Si pudiera hablar y decirle
lo importante que era para ella su presencia y su plática. Si pudiera bajar y besar a Alex
como al hijo que no tenía y jugar con él hasta el cansancio, si pudiera recordar como cocinar
tan siquiera un par de huevos, si pudiera gozar de un platillo cualquiera que fuera, si
pudiera... volver a la vida. Un olor que percibió la sacudió. Era un olor ajeno a esta casa.
John abrió la puerta y apareció ¡con una charola en las manos y un plato con caldo de colita
de res!
¡Un caldo de colita de res! No podía creerlo. Tras John entró Chencha bañada en lágrimas.
El abrazo que se dieron fue breve, para evitar que el caldo se enfriara. Cuando dio el primer
sorbo, Nacha llegó a su lado y le acarició la cabeza mientras comía, como lo hacía cuando de
niña ella se enfermaba y la besó repetidamente en la frente. Ahí estaban, junto a Nacha, los
juegos de su infancia en la cocina, las salidas al mercado, las tortillas recién cocidas, los
huesitos de chabacano de colores, las tortas de Navidad, su casa, el olor a leche hervida, a
pan de natas, a champurrado, a comino, a ajo, a cebolla. Y como toda la vida, al sentir el olor
que despedía la cebolla, las lágrimas hicieron su aparición. Lloró como no lo hacía desde el
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