Como agua para chocolate
Laura Esquivel
sonido de las ollas al chocar unas contra otras, el olor de las almendras dorándose en el
comal, la melodiosa voz de Tita, que cantaba mientras cocinaba, habían despertado su
instinto sexual. Y así como los amantes saben que se aproxima el momento de una relación
íntima, ante la cercanía, el olor del ser amado, o las caricias recíprocas en un previo juego
amoroso, así estos sonidos y olores, sobre todo el del ajonjolí dorado, le anunciaban a Pedro
la proximidad de un verdadero placer culinario.
Las almendras y el ajonjolí se tuestan en comal. Los chiles anchos, desvenados, también
se tuestan, pero no mucho para que no se amarguen. Esto se tiene que hacer en una sartén
aparte, pues se les pone un poco de manteca para hacerlo. Después se muelen en metate
junto con las almendras y el ajonjolí.
Tita, de rodillas, inclinada sobre el metate, se movía rítmica y cadenciosamente mientras
molía las almendras y el ajonjolí.
Bajo su blusa sus senos se meneaban libremente pues ella nunca usó sostén alguno. De
su cuello escurrían gotas de sudor que rodaban hacia abajo siguiendo el surco de piel entre
sus pechos redondos y duros.
Pedro, no pudiendo resistir los olores que emanaban de la cocina, se dirigió hacia ella,
quedando petrificado en la puerta ante la sensual postura en que encontró a Tita.
Tita levantó la vista sin dejar de moverse y sus ojos se encontraron con los de Pedro.
Inmediatamente, sus miradas enardecidas se fundieron de tal manera que quien los hubiera
visto sólo habría notado una sola mirada, un solo movimiento rítmico y sensual, una sola
respiración agitada y un mismo deseo.
Permanecieron en éxtasis amoroso hasta que Pedro bajó la vista y la clavó en los senos de
Tita. Ésta dejó de moler, se enderezó y orgullosamente irguió su pecho, para que Pedro lo
observara plenamente. El examen de que fue objeto cambió para siempre la relación entre
ellos. Después de esa escrutadora mirada que penetraba la ropa ya nada volvería a ser igual.
Tita supo en carne propia por qué el contacto con el fuego altera los elementos, por qué un
pedazo de masa se convierte en tortilla, por qué un pecho sin haber pasado por el fuego del
amor es un pecho inerte, una bola de masa sin ninguna utilidad. En sólo unos instantes
Pedro había transformado los senos de Tita, de castos a voluptuosos, sin necesidad de
tocarlos.
De no haber sido por la llegada de Chencha, que había ido al mercado por los chiles
anchos, quién sabe qué hubiera pasado entre Pedro y Tita; tal vez Pedro hubiera terminado
amasando sin descanso los senos que Tita le ofrecía pero, desgraciadamente, no fue así.
Pedro, fingiendo haber ido por un vaso de agua de limón con chía, lo tomó rápidamente y
salió de la cocina.
Tita, con manos temblorosas, trató de continuar con la elaboración del mole como si nada
hubiera pasado.
Cuando ya están bien molidas las almendras y el ajonjolí, se mezclan con el caldo donde
se coció el guajolote y se le agrega sal al gusto. En un molcajete se muelen el clavo, la canela,
el anís, la pimienta y, por último, el bizcocho, que anteriormente se ha puesto a freír en
manteca junto con la cebolla picada y el ajo.
En seguida se mezclan con el vino y se incorporan.
Mientras molía las especias, Chencha trataba en vano de capturar el interés de Tita. Pero
por más que le exageró los incidentes que había presenciado en la plaza y le narraba con lujo
de detalles la violencia de las batallas que tenían lugar en el pueblo, sólo alcanzaba a
interesara Tita por breves momentos.
Esta, por hoy, no tenía cabeza para otra cosa que no fuera la emoción que acababa de
experimentar. Además de que Tita conocía perfectamente cuáles eran los móviles de Chencha
al decirle estas cosas. Como ella ya no era la niña que se asustaba con las historias de la
llorona, la bruja que chupaba a los niños, el coco y demás horrores, ahora Chencha trataba
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