Como agua para chocolate
Laura Esquivel
de asustarla con historias de colgados, fusilados, desmembrados, degollados e inclusive
sacrificados a los que sacaban el corazón ¡en pleno campo de batalla! En otro momento le
hubiera gustado caer en el sortilegio de la graciosa narrativa de Chencha y terminar por
creerle sus mentiras, inclusive la de que a Pancho Villa le llevaban los corazones sangrantes
de sus enemigos para que se los comiera, pero no ahora.
La mirada de Pedro le había hecho recuperar la confianza en el amor que éste le
profesaba. Había pasado meses envenenada con la idea de que, o Pedro le había mentido el
día de la boda al declararle su amor sólo para no hacerla sufrir, o que con el tiempo Pedro
realmente se había enamorado de Rosaura. Esta inseguridad había nacido cuando él,
inexplicablemente, había dejado de festejarle sus platillos. Tita se esmeraba con angustia en
cocinar cada día mejor. Desesperada, por las noches, obviamente después de tejer un buen
tramo de su colcha, inventaba una nueva receta con la intención de recuperar la relación que
entre ella y Pedro había surgido a través de la comida. De esta época de sufrimiento nacieron
sus mejores recetas.
Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los
ingredientes y con las cantidades, obteniendo resultados fenomenales. Pero nada, todos sus
esfuerzos eran en vano. No lograba arrancar de los labios de Pedro una sola palabra de
aprobación. Lo que no sabia es que Mamá Elena le había «pedido» a Pedro que se abstuviera
de elogiar la comida, pues Rosaura de por sí sufría de inseguridad, por estar gorda y deforme
a causa de su embarazo, como para encima de todo tener que soportar los cumplidos que él
le hacía a Tita so pretexto de lo delicioso que ella cocinaba.
Qué sola se sintió Tita en esa época. ¡Extrañaba tanto a Nacha! Odiaba a todos, inclusive a
Pedro. Estaba convencida de que nunca volvería a querer a nadie mientras viviera. Claro que
todas estas convicciones se esfumaron en cuanto recibió en sus propias manos al hijo de
Rosaura.
Fue una mañana fría de marzo, ella estaba en el gallinero recogiendo los huevos que las
gallinas acababan de poner, para utilizarlos en el desayuno. Algunos aún estaban calientes,
así que se los metía bajo la blusa, pegándoles al pecho, para mitigar el frío crónico que sufría
y que últimamente se le había agudizado. Se había levantado antes que nadie, como de
costumbre.
Pero hoy lo había hecho media hora antes de lo acostumbrado, para empacar una maleta
con la ropa de Gertrudis. Quería aprovechar que Nicolás salía de viaje a recoger un ganado,
para pedirle que por favor se la hiciera llegar a su hermana. Por supuesto, esto lo hacía a
escondidas de su madre. Tita decidió enviársela pues no se le quitaba de la mente la idea de
que Gertrudis seguía desnuda. Claro que Tita se negaba a aceptar como cierto que esto fuera
porque el trabajo de su hermana en el burdel de la frontera así lo requería, sino más bien
porque no tenía ropa que ponerse.
Rápidamente le dio a Nicolás la maleta con la ropa y un sobre con las señas del antro
donde posiblemente encontraría a Gertrudis y regresó a hacerse cargo de sus labores.
De pronto escuchó a Pedro preparar la carretela. Le extrañó que lo hiciera a tan temprana
hora, pero al ver la luz del sol se dio cuenta de que ya era tardísimo y que empacarle a
Gertrudis, junto con su ropa, parte de su pasado, le habla tomado más tiempo del que se
habla imaginado. No le fue fácil meter en la maleta el día en que hicieron su primera
comunión las tres juntas. La vela, el libro y la foto afuera de la iglesia cupieron muy bien,
pero no así el sabor de los tamales y del atole que Nacha les había preparado y que habían
comido después en compañía de sus amigos y familiares. Cupieron los huesitos de
chabacano de colores, pero no así las risas cuando jugaban con ellos en el patio de la
escuela, ni la maestra Jovita, ni el columpió, ni el olor de su recámara, ni el del chocolate
recién batido. Lo bueno es que tampoco cupieron las palizas, los regaños de Mamá Elena,
pues Tita cerró muy fuerte la maleta antes de que se fueran a colar.
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