Como agua para chocolate
Laura Esquivel
por la mirada que Mamá Elena le lanzó y la hizo separarse de él rápidamente. Mamá Elena se
acercó a Tita y le preguntó:
-¿Qué fue lo que Pedro te dijo?
-Nada, mami.
-A mí no me engañas, cuando tú vas, yo ya fui y vine, así que no te hagas la mosquita
muerta. Pobre de ti si te vuelvo a ver cerca de Pedro.
Después de estas amenazantes palabras de Mamá Elena, Tita procuró estar lo más alejada
de Pedro que pudo. Lo que le fue imposible fue borrar de su rostro una franca sonrisa de
satisfacción. Desde ese momento la boda tuvo para ella otro significado.
Ya no le molestó para nada ver cómo Pedro y Rosaura iban de mesa en mesa brindando
con los invitados, ni verlos bailar el vals, ni verlos más tarde partir el pastel. Ahora ella sabia
que era cierto: Pedro la amaba. Se moría porque terminara el banquete para correr al lado de
Nacha a contarle todo. Con impaciencia esperó a que todos comieran su pastel para poder
retirarse. El manual de Carreño le impedía hacerlo antes, pero no le vedaba el flotar entre
nubes mientras comía apuradamente su rebanada. Sus pensamientos la tenían tan
ensimismada que no le permitieron observar que algo raro sucedía a su alrededor. Una
inmensa nostalgia se adueñaba de todos los presentes en cuanto le daban el primer bocado
al pastel. Inclusive Pedro, siempre tan propio, hacía un esfuerzo tremendo por contener las
lágrimas. Y Mamá Elena, que ni cuando su esposo murió había derramado una infeliz
lágrima, lloraba silenciosamente. Y eso no fue todo, el llanto fue el primer síntoma de una
intoxicación rara que tenía algo que ver con una gran melancolía y frustración que hizo presa
de todos los invitados y los hizo terminar en el patio, los corrales y los baños añorando cada
uno al amor de su vida. Ni uno solo escapó del hechizo y sólo algunos afortunados llegaron a
tiempo a los baños; los que no, participaron de la vomitona colectiva que se organizó en
pleno patio. Bueno, la única a quien el pastel le hizo lo que el viento a Juárez fue a Tita. En
cuanto terminó de comerlo abandonó la fiesta. Quería notificarle a Nacha cuanto antes que
estaba en lo cierto al decir que Pedro la amaba sólo a ella. Por ir imaginando la cara de
felicidad que Nacha pondría no se percató de la desdicha que crecía a su paso hasta llegar a
alcanzar niveles patéticamente alarmantes.
Rosaura, entre arqueadas, tuvo que abandonar la mesa de honor.
Procuraba por todos los medios controlar la náusea, ¡pero ésta era más poderosa que ella!
Tenía toda la intención de salvar su vestido de novia de las deposiciones de los parientes y
amigos, pero al intentar cruzar el patio resbaló y no hubo un solo pedazo de su vestido que
quedara libre de vómito. Un voluminoso río macilento la envolvió y la arrastró algunos
metros, provocando que sin poderse resistir más lanzara como un volcán en erupción
estruendosas bocanadas de vómito ante la horrorizada mirada de Pedro. Rosaura lamentó
muchísimo este incidente que arruinó su boda y no hubo poder humano que le quitara de la
mente que Tita había mezclado algún elemento en el pastel.
Pasó toda la noche entre quejidos y el tormento que le provocaba la idea de deponer sobre
las sábanas que tanto tiempo se había tardado en bordar. Pedro, apresuradamente, le sugirió
dejar para otro día la culminación de la noche de bodas. Pero pasaron meses antes de que
Pedro sintiera la obligación de hacerlo y de que Rosaura se atreviera a decirle que ya se
sentía perfectamente bien. Pedro hasta ese momento comprendió que no podía rehusarse a
realizar su labor de semental por más tiempo y esa misma noche, utilizando la sábana
nupcial, se arrodilló frente a su cama y a manera de rezo dijo:
-Señor, no es por vicio ni por fornicio sino por dar un hijo a tu servicio.
Tita nunca imaginó que habla tenido que pasar tanto tiempo para que la mentada boda se
consumara. Ni siquiera le importó cómo fue, y mucho menos si había sido el día de la
ceremonia religiosa o cualquier otro día.
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