Durante la noche se ha de ir acompañado por un guía o persona local en Tana, ya que el riesgo de atraco al turista es muy probable, así como de ir en todo momento con el pasaporte en mano ya que son frecuentes los controles militares en la capital.
Respecto a los pueblos y las aldeas la vida es mucho más tranquila lejos del bullicio de la ciudad. Los locales se autoabastecen de la agricultura y el ganando. Se proveen de gallinas, gansos, pavos, ocas y bueyes. En todo momento la arena inunda las calles y caminos de estas aldeas, con lo que en época de lluvia son unos auténticos barrizales y se ha de ir bien provistos de vehículos todoterreno para no sufrir demasiado.
Nuestro recorrido nos llevó a pueblos y aldeas como Ambila-Lemaitso, Mananjary, Nosy Varika, Vatomandry o Mahnoro. A nuestro paso por estas aldeas los malaches nos esperaban en las puertas de sus cabañas en grupo saludando. Uno sentía el confort de estar entre “buena gente” y devolvía el saludo e incluso hacíamos alguna cabriola sobre la moto para sorprender a esos niños que con sus sonrisas se quedaban mirándote. Digno de admiración es ver como escuelas enteras paraban sus clases y los niños salían en grupos a recibirnos, y mucho más aún nuestra insistencia para que se acercasen a nosotros y nuestras motos y poder ofrecerles caramelos y dulces. Su timidez era extrema. Durante nuestros descansos era imposible no comprar la fruta que los niños nos ofrecían y poder degustarla delante de ellos.
Los hoteles ofrecen los servicios básicos para tener una buena instancia sin lujos alguno. Todos ellos provistos de mosquiteras para poder aislar al visitante de una posible picadura de mosquito. Un aspecto importante y a tener en cuenta es ir bien informado de las enfermedades del lugar de destino, en el caso de Madagascar la malaria esta a la orden del día.
Una isla que brinda al turista paisajes naturales únicos en el planeta tierra y donde el 80% de la flora y fauna es única. Una isla que invita a un punto de reflexión cuando se observa a los aldeanos con sus recursos y sin dinero a ser los más felices de este mundo. Si a esto se une la sonrisa de los más pequeños y la satisfacción de ver les disfrutar de unos dulces y caramelos junto a sus mayores, Madagascar es uno de esos paraísos con los que el hombre occidental sueña.
Enrique Moreno
Secuaz en moto