oficina se transforma en una casa de locura,
avaricia y desenfreno. Vemos una colección de
excentricidades, desde un sastre propio que
confecciona trajes a medida para cada uno de los
empleados (que si no leí mal, llegaron a ser mil),
una secretaria que se afeita la cabeza por U$S
10.000 para ponerse tetas postizas, un hombre
destrozando un bate de béisbol contra el piso para
descargar tensiones y hasta un desfile de animales
exóticos, entre los que destacan un chimpancé que
reparte correspondencia y una serpiente que
adorna los hombros de Rugrat (uno de los “socios
fundadores”). Todo esto registrado y construido
como si fuera un musical, utilizando la cámara
lenta para filmar con el máximo detalle y de la
manera más sensual posible relojes de U$S
40.000, montañas de cocaína, prostitutas y
hombres bala volando por el aire.
La película se termina transformando en un
espectáculo circense, en donde estamos los
espectadores sentados en las gradas y en el
escenario, frente a nosotros, el presentador
Belfort/Scorsese que nos va anunciando cada
número. El universo diegético de la película, que
suele actuar de mediador entre el espectador y el
director, prácticamente es pasado por alto. Y cada
número, como en el circo, busca estimularnos
sensorialmente, casi físicamente, provocándonos
estupefacción y por supuesto empatía con el
protagonista. En un momento Jordan está
hablando con su padre y le dice que él tiene que
hacer que sus brokers quieran vivir como él. Esta
frase nos permite entender cómo funciona Jordan y
cómo funciona la película: ambos son la
publicidad de ellos mismos.
La lógica narrativa de un show de circo indica que
cada número tiene que impresionarnos aún más
que el anterior y así hasta llegar al número
principal que será el éxtasis, el punto más álgido
del espectáculo y allí es donde la película falla,
porque esa progresividad necesaria para mantener
el deseo del espectador no funciona: después de
ver dos o tres ejemplos de bizarreadas el resto es
más de lo mismo y termina saturando. Además, en
el afán de impresionar, se incluyen elementos
abiertamente sórdidos, casi provocaciones, como
retando al espectador a ver hasta dónde puede
llegar a acompañar festivamente a la pandilla
belfortiana. El caso que me resulta más explícito es
el de una anécdota que pasa casi desapercibida:
Belfort nos cuenta de un joven corredor que se
casa con una secretaria famosa por haberle
chupado la pija a toda la oficina, con la que incluso
él y Donnie habían hecho un trío. Hasta acá todo
bien, pero la remata con que tres años después el
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joven se suicidó y muestra una foto que parece
sacada de un informe forense real del cuerpo
ensangrentado en la bañera, y concluye para pasar
a otra cosa con un liviano “en fin”. Belfort pasa
revista a este hecho con la misma ligereza con que
incluye la serpiente y el sastre. A medida que la
película avanza, los momentos al estilo del
anterior son cada vez más explícitos, incluso la
escena en que lanzan la IPO de Steve Madden roza
la parodia, no sólo por la manera en que hacen
linchar a un empleado porque está limpiando una
pecera (y Donnie se toma la libertad de comerse el
pececito vivo) sino por la combinación bizarra de
frases incentivadoras que tira Belfort, en las que
llega a darse el gusto de decir que el teléfono de los
brokers es como el arma de un marine que espera
por ser disparada. Entonces empieza a hacerse
palpable un cambio, lo que antes se percibía con
éxtasis y jolgorio se pone cada vez más oscuro,
más denso, más amargo. Belfort empieza a ver su
adicción a las drogas como un problema, su mujer
ya no es un objeto de deseo sino una fuente de
conflicto permanente, que el FBI lo investigue lo
obsesiona y lo hace actuar mal. Y por detrás
Scorsese le va soltando la mano lentamente, lo
empieza a poner en evidencia frente a nuestros
ojos.
Cuando sobre el final de la película Belfort entrega
a todos sus empleados, socios, amigos y enemigos
para reducir su condena, concreta la segunda
traición de la película; la primera lo tiene como
víctima de Scorsese que cae sobre su amado
protagonista con todo el peso de la moral y lo deja
solo sin el cariño de los espectadores (¿quién,
luego de que golpea a Naomi dos veces en plano
secuencia e intenta secuestrar a su propia hija, va a
seguir apoyándolo?).
Pero eso no es todo: justo cuando el joven
pareciera haber tocado fondo recuerda que es rico
y el poder que el dinero tiene. Entonces la