Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 43

entre paredes cubiertas de pósters o en las calles de un suburbio de clase media acomodada, sino en una Guadalajara en construcción, de edificios derribados para hacer centros comerciales, al costado de la autopista o en canchitas de futbol improvisadas sobre el asfalto. Cuando Kishi Leopo filma los lugares en transformación de su ciudad, encuentra la metáfora perfecta para el inevitable paso del tiempo que va separando a los amigos mientras van creciendo. Hay dos momentos muy buenos en la película. En uno muestra cómo el protagonista se somete a la “preparación” para ser vendedor a concesión de una bebida energética. Los que hacen de encargados de convencer a la gente que acude al encuentro deben dedicarse a eso fuera de la ficción, por la naturalidad con la que escupen su prédica infame sobre cómo es el trabajo que salvará para siempre las vidas de los viejos desempleados y las madres solteras que se sientan en las sillitas de plástico dispuestas en la habitación. En el momento en el que se le muestra a esta gente un infomercial del producto, la cámara se acerca excesivamente al televisor al punto que muestra las tramas que forman la imagen ya deformada como si fuera la textura misma de la mentira. El otro momento destacado es uno en el que se da a entender la muerte del familiar de uno de los pibes, que se resuelve solamente con un par de planos y una elipsis elegante y respetuosa. Por estas muestras de talento, espero un futuro más auspicioso para el director de Somos Mari Pepa. Su película me deja una sensación similar a la adolescencia: tiene momentos agradables pero es mejor superarla. Los despersonalizados. Final Pasó FICUNAM y pasaron varias películas extraordinarias, para nombrar algunas: Historia de mi muerte de Albert Serra, ¿Y ahora? Recuérdame de Joaquim Pinto, Why Don’t You Play in Hell? de Sono Sion, Nepal Forever de Aliona Polunina, Educación Sentimental de Júlio Bressane, Our Sunhi y Nobody’s Daughter Haewon de Hong Sang-Soo. A todas las había visto o habían sido cubiertas en los números anteriores de la revista, así que me enfoqué en otros títulos. Quiero escribir puntualmente sobre tres: Sacro Gra de Gianfranco Rosi, documental observacional italiano sobre personajes marginales en la zona periférica de la ciudad de Roma; De golfo a golfo de Shaina Anand y Ashok Sukumaran, documental observacional indio sobre marineros mercantes en el golfo persa; Que tu alegría perdure de Denis Côté, ficción/documental observacional canadiense sobre trabajadores de fábricas en Quebec. Sacro Gra diseña una metáfora simplona sobre la desigualdad social, utilizando viñetas sobre sus personajes, que nunca podremos comprender más allá del trazo grueso que hace Rosi. Me recuerda a un touch and go cinematográfico, donde los retratados sirven un rato para luego ser olvidados, o conservados en la memoria como una caricatura de lo que son. Sin intenciones alegóricas, De Golfo a Golfo toma otro camino. No sólo filma desapasionadamente a sus personajes sino que les da la posibilidad de auto-representarse. Se alternan grabaciones hechas por los mismos marineros, tomadas con cámaras caseras y con sus celulares y hasta musicalizados por ellos mismos. Más allá de esta forma de darles una voz a los marineros, la mirada que organiza los materiales las desprovee del calor que pueden generar, una sucesión de planos que los ahoga y los convierte en pequeñas repeticiones de un mismo mundo antes que singularidades en un contexto determinado. Al finalizar el viaje, que prometía aventuras al meternos en unas embarcaciones gigantes, queda una demostración pseudo-científica del flujo de mercancías en el golfo. Y no hay nada sobre los marineros, más allá de sus videos. Por último, Que tu alegría perdure (un bello título, eso sí) es la mejor de las tres. Hay algo en la forma en la que Côté filma la monotonía de la tarea de los trabajadores y el andar de las máquinas. El canadiense genera decenas de figuras geométricas y consigue que los movimientos dentro del plano generen un efecto hipnótico, medio abstracto. También muestra un acercamiento a los trabajadores en algunos momentos guionados, toques de empatía verdadera, como aquel en que un personaje despotrica contra su trabajo, con una desolación que resuena de verdad entre tanta abulia. En el final, Côté introduce a un niño que toca el violín para los trabajadores, inmóviles como estatuas; un poco de calidez y un choque de mundos. Ya antes, una obrera observaba un órgano musical como si fuera un objeto extraterrestre. No son la misma cosa, está claro, pero las tres películas comparten un carácter frío, artificial no por su falta de veracidad sino por el desapego hacia las personas reales que pasan por delante de la cámara. Son tres películ