idea, hay un relato, hay una historia, un conjunto
de palabras; y luego hay una realidad con la que
uno trata de establecer algún diálogo.
Yo me pregunté mucho haciendo El rostro si había
algún cupo de belleza que surja fundamentalmente
del contacto directo con las cosas. Un belleza que
no sea decorativa, no sea la de la postal, sino que
sea como los destellos de la vida, siempre impura,
sucia… Ese contacto con el mundo, con el objeto,
de lo mirado vuelto a mirar y resignificado en un
conjunto de imágenes. Con el montaje ese objeto
se resignifica. Hay una tensión que luego el montaje entre esas operaciones hace que la imagen ya no
sea más esa imagen en sí misma, sino que está
atravesada por lo que las otras imágenes le van
donando. Un poco ocurren esas dos operaciones:
una operación de mirada, que entiende que nunca
filmamos el objeto; y por otro lado una operación
de puesta en montaje, que hace que todos esos
elementos se abismen en alguna dirección.
¿Y cómo pensás el tiempo y el sonido, sobre
todo en esta operación de la puesta en montaje?
El tiempo es interesantísimo, porque el cine es
tiempo, es construcción de tiempo. El cine tiene
estas capacidades sorprendentes de generar nuevos
tiempos, de armar presentes que nunca son, o no
coinciden demasiado con lo que entendemos por
presente. Salvo con lo que podemos entender
como un presente en la subjetividad absoluta, esos
momentos en que uno está sentado en el sillón de
su casa, y en tres minutos puede derivar por las
cuentas importantes de su vida, sus emociones; es
decir, esos movimientos del pensamiento, esas
derivas de la memoria, esas derivas del sueño.
El cine tiene de algún modo, lo sabemos desde sus
principios, la posibilidad de esta deriva, donde el
presente es siempre algo mucho más complejo y
más enriquecido que el presente objetivo. Esto me
pareció siempre una experiencia. Por eso el cine
para mí está ligado a una experiencia, que en
principio ocurrió en la vida y que de algún modo la
película intenta recuperar.
El sonido es parte de la misma operación, es decir:
a mí me parece que el cine, desde sus recursos
narrativos, técnicos y demás aporta significados y
sentidos que, de vuelta, no son estrictamente literales. Yo creo que El rostro es lo que es porque fue
filmada en 16 mm y Súper-8. No es la misma
película, aunque cada plano sea exactamente el
mismo, que si estuviera filmada en digital. Estoy
seguro de que hay algo en los materiales, en los
matic