La casa
finalmente la imagen de una escritura. Tal vez el
cine no pueda alterar el tiempo de las tardes aunque
quizá alcance para desgarrar el velo del olvido de
algunas ciertas soledades. Dicen que Juanele murió
en algún cierto lugar de algún cierto año. En el
(este) cine nadie muere.
Estoy solo y llego solo / sólo el río me acompaña /
Invoco a los que ya no están / los que me acompañan siempre / No soy un demiurgo / soy el amor /
Estoy solo y me voy con todos ustedes / Espectador
Nuevamente ese plano maravilloso de una presencia humana sobre una canoa, esfumada en los
contornos de la naturaleza, casi como cortando la
niebla. Nuevamente el río y sus orillas y ese lento
travelling avizorando troncos emergiendo y
árboles hundidos casi hasta su copa y vacas pastando entre los juncos. Y el hombre solo sobre esa
canoa, solo con los sonidos que llegan con él,
sonidos de este y otro tiempo, risas de niños y
remos chocando con el agua, sonidos del río y de
voces lejanas, remando, acercándose hacia la
orilla, encendiendo un fuego; no parece haber
nadie ahí. Tal vez, este hombre, no es un poeta, al
menos no de los que escriben, quizás tan sólo un
pescador, tanto como eso, un poeta sin escribir. Y
esa mujer caminando a su lado, sin hablar, por
entre el paisaje que seguramente fue su paisaje,
sentándose a su lado, también sin hablar, en la
puerta de una casa que seguramente fue su casa,
lavándose las manos en el río que seguramente fue
su río, esa mujer despidiéndolo con una infinita
sonrisa de ternura, en el medio de un claro selvático, esa mujer, fue su mujer. Y ese hombre mayor
desarmando una canoa, esos niños jugueteando en
las barrosas aguas del río, toda esa gente en la mesa
de cualquier día, comiendo los frutos de ese río
siempre tan cerca, este perro acariciado, esos
perros negros y grises, cachorros y adultos, acaso
fueron su familia. Y ese hombre joven, esa silueta
caminando en la orilla del río acaso fui yo mismo.
El rostro
Y acaso he vuelto para invocar a los que ya no
están