Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 30

El rostro La casa conocedor del oficio y las paredes que ahora voltea la grúa amarilla son verdes y rosas y celestes y rojas, pasteles y fuertes, cada vez más ladrillos y menos paredes. La grúa excava, voltea, destruye todo a su paso, acumula indiferenciadamente los hierros y los cables y los colores. Alguna vez todo esos escombros fueron una casa. Sin embargo La casa es un film acerca de la permanencia. O cómo mostrar las vidas de los fantasmas. ¿Qué se puede hacer con un lamento?: inventar una ficción / ¿Qué se puede hacer con una ficción?: inventar un abismo El poeta Salvador Merlino nunca vio publicado Elegía de abril, se fue de este mundo cuando el libro estaba en imprenta. Filmar una película dentro de una película, filmar al que filma, filmar lo que éste filma, filmar la misma, distinta, película, cofundirlas, confundirlas, filmar otra película, diferentes películas. El “yo no actúo más” no existió nunca, los actores replican los travellings de los no actores, de los otros actores, o al revés. Y se replican las escenas. Y se esconden, todos se esconden. Y se espían, todos se espían. Y se finge, todos fingen; pero el gato parece no fingir. Y siempre ese libro que parece maldito, olvidado, envuelto, guardado, abierto, leído, sollozado. Las abuelas, alguna vez madres, alguna vez solteras, siempre tenían esos platos de colores y motivos extraños colgados de las paredes, y esos vasos de vidrio o de cristal color azul o ámbar, esas copitas para el licor, y esos manteles de hilo o algo similar al hilo, o de hule o algo similar al hule, y una manta indígena traída desde algún norte; objetos de una vida, objetos de vida. (Y siempre ese libro que parece maldito.) Objetos disparando otros objetos disparando otras vidas, objetos proustianos. Contar los gestos de la tía, actuar los gestos de la tía, la pequeña taza de la tía apareciendo entre sus manos, apareciendo la tía, apareciendo —pero los fantasmas no aparecen por sí sólos. ¿Por qué filmar fantasmas? Porque la memoria está viva, la memo28 ria no olvida, sólo el olvido se olvida de ciertas cosas. Si uno quiere leer los últimos versos escritos por Merlino debe comprar el libro, o esperar a que se lo regalen, o robarlo. Si uno quiere ver la forma de los recuerdos sólo debe ver Elegía de Abril, el mes más cruel como decía otro poeta que también tomaba el té. Como la tía. ¿Qué fantasma sutil habita en esa película sin habitar? / ¿Qué prestada voz presta la imagen de esa voz? / De qué muerte vino este pájaro solo que ahora canta solo, solo en la tarde? / Mi lugar El poeta Juan L. Ortiz nació en Puerto Ruiz, Entre Ríos, el 11 de Junio de 1896. Un plano alejado de un hombre que viene caminando de frente entre unos árboles, un leve picado de treinta segundos. Un plano semialejado de un hombre caminando a través de unos árboles, un leve contrapicado de treinta segundos. El primero pertenece al cortometraje Homenaje a Juan L. Ortiz, de Marylin Contardi, el segundo forma parte de La intemperie sin fin, de Juan José Gorasurreta, ambos están insertos en el documental de este último y ambos están en La orilla que se abisma, sólo que sobreimpresos en otros planos, cercados por otras imágenes, difuminados en un registro casi ilusorio, en este intento por capturar ese hombre que no está allí realmente, de traerlo al presente porque alguna vez estuvo y tal vez, finalmente, el anhelo de trasmitir aquello que siempre estará. Gatos, árboles, canoas y orillas. Pájaros, bicicletas, canoas y orillas. Ventanas, ropas, personas y sombras. Ríos, senderos, personas y sombras. Una paisajística verde y brumosa y marrón y ocre. El entrever parte de una poética por medio de la naturaleza que la circundaba. Tal vez una vigilia. Y suspender el afán de la traducción, de la mímesis, de trasladar una inscripción escritural a una inscripción cinematográfica, por medio de la poiesis de una forma. En el final de esa búsqueda amorosa el lento travelling de unos árboles adivinados en una nebulosa fílmica y un discurso;