El rostro
La casa
conocedor del oficio y las paredes que ahora voltea
la grúa amarilla son verdes y rosas y celestes y
rojas, pasteles y fuertes, cada vez más ladrillos y
menos paredes. La grúa excava, voltea, destruye
todo a su paso, acumula indiferenciadamente los
hierros y los cables y los colores. Alguna vez todo
esos escombros fueron una casa. Sin embargo La
casa es un film acerca de la permanencia. O cómo
mostrar las vidas de los fantasmas.
¿Qué se puede hacer con un lamento?: inventar
una ficción / ¿Qué se puede hacer con una
ficción?: inventar un abismo
El poeta Salvador Merlino nunca vio publicado
Elegía de abril, se fue de este mundo cuando el
libro estaba en imprenta. Filmar una película
dentro de una película, filmar al que filma, filmar
lo que éste filma, filmar la misma, distinta, película, cofundirlas, confundirlas, filmar otra película,
diferentes películas. El “yo no actúo más” no
existió nunca, los actores replican los travellings
de los no actores, de los otros actores, o al revés. Y
se replican las escenas. Y se esconden, todos se
esconden. Y se espían, todos se espían. Y se finge,
todos fingen; pero el gato parece no fingir. Y
siempre ese libro que parece maldito, olvidado,
envuelto, guardado, abierto, leído, sollozado. Las
abuelas, alguna vez madres, alguna vez solteras,
siempre tenían esos platos de colores y motivos
extraños colgados de las paredes, y esos vasos de
vidrio o de cristal color azul o ámbar, esas copitas
para el licor, y esos manteles de hilo o algo similar
al hilo, o de hule o algo similar al hule, y una manta
indígena traída desde algún norte; objetos de una
vida, objetos de vida. (Y siempre ese libro que
parece maldito.) Objetos disparando otros objetos
disparando otras vidas, objetos proustianos. Contar
los gestos de la tía, actuar los gestos de la tía, la
pequeña taza de la tía apareciendo entre sus manos,
apareciendo la tía, apareciendo —pero los fantasmas no aparecen por sí sólos. ¿Por qué filmar
fantasmas? Porque la memoria está viva, la memo28
ria no olvida, sólo el olvido se olvida de ciertas
cosas. Si uno quiere leer los últimos versos escritos
por Merlino debe comprar el libro, o esperar a que
se lo regalen, o robarlo. Si uno quiere ver la forma
de los recuerdos sólo debe ver Elegía de Abril, el
mes más cruel como decía otro poeta que también
tomaba el té. Como la tía.
¿Qué fantasma sutil habita en esa película sin
habitar? / ¿Qué prestada voz presta la imagen de
esa voz? / De qué muerte vino este pájaro solo
que ahora canta solo, solo en la tarde? / Mi lugar
El poeta Juan L. Ortiz nació en Puerto Ruiz, Entre
Ríos, el 11 de Junio de 1896. Un plano alejado de
un hombre que viene caminando de frente entre
unos árboles, un leve picado de treinta segundos.
Un plano semialejado de un hombre caminando a
través de unos árboles, un leve contrapicado de
treinta segundos. El primero pertenece al cortometraje Homenaje a Juan L. Ortiz, de Marylin
Contardi, el segundo forma parte de La intemperie
sin fin, de Juan José Gorasurreta, ambos están
insertos en el documental de este último y ambos
están en La orilla que se abisma, sólo que sobreimpresos en otros planos, cercados por otras imágenes, difuminados en un registro casi ilusorio, en
este intento por capturar ese hombre que no está
allí realmente, de traerlo al presente porque alguna
vez estuvo y tal vez, finalmente, el anhelo de
trasmitir aquello que siempre estará. Gatos,
árboles, canoas y orillas. Pájaros, bicicletas,
canoas y orillas. Ventanas, ropas, personas y
sombras. Ríos, senderos, personas y sombras. Una
paisajística verde y brumosa y marrón y ocre. El
entrever parte de una poética por medio de la
naturaleza que la circundaba. Tal vez una vigilia. Y
suspender el afán de la traducción, de la mímesis,
de trasladar una inscripción escritural a una
inscripción cinematográfica, por medio de la
poiesis de una forma. En el final de esa búsqueda
amorosa el lento travelling de unos árboles
adivinados en una nebulosa fílmica y un discurso;