Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 29

por Fernando Pujato El modo como tú eres, yo soy, la manera según la cual los hombres somos en la tierra es el Buan, el habitar. Martin Heidegger Nadie parece estar muerto y nada parece haber desaparecido. Algunos cambiaron su mundo por otro, algunos otros nunca mudaron su mundo, algunos ya no están en este mundo; pero los que estuvieron siguen estando en la porfía de los que aún están. Las casas pueden convertirse en ruinas y los lugares pueden desaparecer, todo puede no existir más; pero todo puede existir para siempre. La locura puede ser un desarraigo y el desarriago una luminosidad. Lo cotidiano puede ser un ensueño y el ensueño una realidad. No hay fronteras ni límites, tan sólo ventanas y cortinas y viajes y tránsitos. Las cosas son lo que son y son también otra cosa, se transforman bajo el mismo estado, mutan hacia otro estado. El cine conjura y evoca y subvierte. Nos entrega el habitar. Al menos cierto tipo de cine, al menos algunos films, lo logran, lo quiera o no, lo desee o no, su hacedor. Este es el cine de Gustavo Salvador Fontán que apenas filmó más allá de su Banfield natal, en el norte y en el litoral de este bendito país. Sus films son particulares. Sus films son universales. Sus films son una celebración contra el olvido. Y yo me pregunto si esto es la locura / este otro que veo ahora / Tal vez siempre fui un otro / allá en el país de la tabernas de color naranja / acá en este lugar de encierro de grises colores / mi violín Un vaivén temporal señalado por el cambio de color, un antes, un después, y un durante punteado por las palabras de un poeta enajenado. Poco importa saber debido a qué oscuras causas perdió la razón desvinculándose de la realidad y adquirió otro tipo de razón inventándose otra realidad, porque no se trata del biopic de un artista, el bisturí cinematográfico de una vida para justificar o no el encierro de Jacobo Fijman en el Hospital de Salud Mental J.T. Borda por treinta años, no es un film acerca del estravío, es un film acerca del extrañamiento. Son sólo veinte minutos y tres momentos, planos coloreados y grises y blanco y negro, planos fragmentados, planos del abandono y del asombro y del dolor, planos de allá lejos en el tiempo y de este despertar en este encierro y de este preguntarse el por qué, el por qué de mí mismo, el por qué del otro. Las imágenes de esa pregunta, las imágenes de Canto del cisne, son la respuesta del cine. Una respuesta un tanto más entrañable, algo cercano a la escucha, se desliza por entre los planos que siguen los movimientos y los silencios y las palabras de otro poeta; un sobreviviente. Un poco antes de retirarse de este mundo Jorge Calvetti recuerda, recuerda cómo fue salvado de la muerte por su madre cuando decidió llevarlo a Maimará, allá en La Quebrada de Humahuaca, lejos de este Buenos Aires inundado de libros, vacío de gente. Recuerda la muerte de su abuela y cómo no deseaba vivir más y cómo nació nuevamente en las entrañas de un animal. Recuerda los últimos momentos de su padre y sus hermanos que se van y sus manos entralazadas. Recuerda la muerte por venir y la porfía de ese “seguir viviendo”, esos versos inscriptos, ahora también, en la memoria del cine. Como los planos difuminados del ayer, como los planos cegadores del hoy, de esa gente, de ese paisaje. De este sentido homenaje fílmico. Presencias de ayer y del hoy / ausencias sin ausentar / La casa nunca estuvo sola / sola de soledades / Ya nada queda en este lugar disipado / sólo las ruinas y los colores / Todo sigue ahí ¿Quién se ha olvidado de apagar el fuego? —la leche se chorrea. ¿Quién camina con los pies desnudos por las habitaciones y quién limpia los pisos y acomoda las frazadas en la cama? —es una mujer. Tal vez sea la misma mujer que se pasa suavemente un cepillo por los pelos grises mirando a través de la ventana y luego recibe de las manos de alguien un cigarrillo. Tal vez es esa mujer cuando joven o una empleada de la casa cuando la casa no parecía abandonada o alguien de la familia, tal vez alguien presente en esa fiesta de cumpleaños o de despedida o de fiesta. Esa mujer, la de los cabellos grises, también está en la fiesta pero, ¿quién es ese alguien que le alcanzó el cigarrillo? Era la silueta de un hombre pero se fue por entre los velos de las cortinas y los reflejos de los espejos. Y esas frutas en una canasta no son una naturaleza muerta de Cézanne, lo parecen, quizá las acomodó esa mujer que está en la cocina acomodando también las cortinas. Pero, ¿cuánta gente vive en esa casa, cuántas han vivido? Alguien acumula cosas, al parecer inservibles, en lo que parece ser un patio, alguien, una mujer, espía por la ventana del lado de afuera, antes estaba conversando con un hombre en la vereda, miraban la casa, probablemente se preguntaban qué ocurría; ¿no hay nadie? No parece haber nadie. Las puertas fueron retiradas diligentemente por un hombre 27