por Fernando Pujato
El modo como tú eres, yo soy, la manera según la
cual los hombres somos en la tierra es el Buan, el
habitar.
Martin Heidegger
Nadie parece estar muerto y nada parece haber
desaparecido. Algunos cambiaron su mundo por
otro, algunos otros nunca mudaron su mundo,
algunos ya no están en este mundo; pero los que
estuvieron siguen estando en la porfía de los que
aún están. Las casas pueden convertirse en ruinas y
los lugares pueden desaparecer, todo puede no
existir más; pero todo puede existir para siempre.
La locura puede ser un desarraigo y el desarriago
una luminosidad. Lo cotidiano puede ser un ensueño y el ensueño una realidad. No hay fronteras ni
límites, tan sólo ventanas y cortinas y viajes y
tránsitos. Las cosas son lo que son y son también
otra cosa, se transforman bajo el mismo estado,
mutan hacia otro estado. El cine conjura y evoca y
subvierte. Nos entrega el habitar. Al menos cierto
tipo de cine, al menos algunos films, lo logran, lo
quiera o no, lo desee o no, su hacedor. Este es el
cine de Gustavo Salvador Fontán que apenas filmó
más allá de su Banfield natal, en el norte y en el
litoral de este bendito país. Sus films son particulares. Sus films son universales. Sus films son una
celebración contra el olvido.
Y yo me pregunto si esto es la locura / este otro
que veo ahora / Tal vez siempre fui un otro / allá
en el país de la tabernas de color naranja / acá en
este lugar de encierro de grises colores / mi violín
Un vaivén temporal señalado por el cambio de
color, un antes, un después, y un durante punteado
por las palabras de un poeta enajenado. Poco
importa saber debido a qué oscuras causas perdió
la razón desvinculándose de la realidad y adquirió
otro tipo de razón inventándose otra realidad,
porque no se trata del biopic de un artista, el bisturí
cinematográfico de una vida para justificar o no el
encierro de Jacobo Fijman en el Hospital de Salud
Mental J.T. Borda por treinta años, no es un film
acerca del estravío, es un film acerca del extrañamiento. Son sólo veinte minutos y tres momentos,
planos coloreados y grises y blanco y negro, planos
fragmentados, planos del abandono y del asombro
y del dolor, planos de allá lejos en el tiempo y de
este despertar en este encierro y de este preguntarse el por qué, el por qué de mí mismo, el por qué
del otro. Las imágenes de esa pregunta, las imágenes de Canto del cisne, son la respuesta del cine.
Una respuesta un tanto más entrañable, algo cercano a la escucha, se desliza por entre los planos que
siguen los movimientos y los silencios y las
palabras de otro poeta; un sobreviviente. Un poco
antes de retirarse de este mundo Jorge Calvetti
recuerda, recuerda cómo fue salvado de la muerte
por su madre cuando decidió llevarlo a Maimará,
allá en La Quebrada de Humahuaca, lejos de este
Buenos Aires inundado de libros, vacío de gente.
Recuerda la muerte de su abuela y cómo no deseaba vivir más y cómo nació nuevamente en las
entrañas de un animal. Recuerda los últimos
momentos de su padre y sus hermanos que se van y
sus manos entralazadas. Recuerda la muerte por
venir y la porfía de ese “seguir viviendo”, esos
versos inscriptos, ahora también, en la memoria del
cine. Como los planos difuminados del ayer, como
los planos cegadores del hoy, de esa gente, de ese
paisaje. De este sentido homenaje fílmico.
Presencias de ayer y del hoy / ausencias sin
ausentar / La casa nunca estuvo sola / sola de
soledades / Ya nada queda en este lugar disipado
/ sólo las ruinas y los colores / Todo sigue ahí
¿Quién se ha olvidado de apagar el fuego? —la
leche se chorrea. ¿Quién camina con los pies
desnudos por las habitaciones y quién limpia los
pisos y acomoda las frazadas en la cama? —es una
mujer. Tal vez sea la misma mujer que se pasa
suavemente un cepillo por los pelos grises mirando
a través de la ventana y luego recibe de las manos
de alguien un cigarrillo. Tal vez es esa mujer
cuando joven o una empleada de la casa cuando la
casa no parecía abandonada o alguien de la familia,
tal vez alguien presente en esa fiesta de cumpleaños o de despedida o de fiesta. Esa mujer, la de los
cabellos grises, también está en la fiesta pero,
¿quién es ese alguien que le alcanzó el cigarrillo?
Era la silueta de un hombre pero se fue por entre
los velos de las cortinas y los reflejos de los
espejos. Y esas frutas en una canasta no son una
naturaleza muerta de Cézanne, lo parecen, quizá
las acomodó esa mujer que está en la cocina
acomodando también las cortinas. Pero, ¿cuánta
gente vive en esa casa, cuántas han vivido?
Alguien acumula cosas, al parecer inservibles, en
lo que parece ser un patio, alguien, una mujer,
espía por la ventana del lado de afuera, antes estaba
conversando con un hombre en la vereda, miraban
la casa, probablemente se preguntaban qué ocurría;
¿no hay nadie? No parece haber nadie. Las puertas
fueron retiradas diligentemente por un hombre
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