cine no fue Dreyer, no fue Robert Bresson, sino
más bien el western y no me importaba un comino
saber si era una obra de John Ford o de algún
ilustre desconocido. También las películas negras,
las policíacas, no me importaba si era de Robert
Siodmak o de Samuel Fuller, bastaba con que
hubiera bandidos, que estuviera esa estética negra,
me acuerdo por ejemplo de la serie Los intocables
con Robert Stack. También me gustaban las
películas de capa y espada, por ejemplo el Zorro,
también el péplum. Ésas son las cosas que me
hicieron amar el cine. Y poco a poco, en la adolescencia, en el momento en que me empecé a volver
militante y me empecé a preocupar por la justicia
en el mundo, fui descubriendo cineastas cuyo cine
se dedicaba demasiado a denunciar la injusticia,
por ejemplo Costa-Gavras o Yves Boisset. En los
años 70 hubo muchas ficciones, lo que se llamaba
ficción de izquierda, un cine que me interesó
mucho cuando era adolescente pero luego empecé
a ver con una mirada crítica, me preguntaba:
“¿Será eso realmente el cine? Hay algo que falta,
no me lleva a otros mundos, no me abre muchas
perspectivas”. También existía alguien como Luis
Buñuel que me ofrecía un término medio, un cine
muy social pero también fuertemente onírico,
surrealista. Una película como Los olvidados, por
ejemplo, con su tono justo respecto al combate de
clases y a cómo los pobres sienten rencor contra el
que es un poquito menos pobre que ellos, con
respecto a esta idea de que el hombre es el lobo del
hombre, y al mismo tiempo tenía cosas bellísimas,
del orden del sueño, del surrealismo. Ya les estoy
contando mi historia personal. Después conocí a
Robert Bresson, Straub y Huillèt, que fueron para
mí una gran revelación.
Trabajé con todo eso. A veces me decía: “Bueno,
no importa, estoy yendo un poco lejos pero en fin,
es interesante ir en esa dirección”. Incluso metía
cosas que ahora me parecen demasiado fantasiosas, como el teléfono en Llegó el momento [2005],
que transcurre en un mundo tan incierto que oscila
entre un mundo de la edad media y un mundo
posnuclear, ya después de la catástrofe. Es una
película que tiendo a criticar mucho porque me
parece que no ganamos la apuesta a nivel de la
realización. Uno tenía la impresión de estar en la
edad media y al mismo tiempo había elementos de
nuestra época, problemáticas de la actualidad que
se insertaron ahí adentro. Me parece que esta
mezcla de mundos míticos y de nuestro cotidiano
más prosaico, de la actualidad, está más lograda en
otra película que se llama Sol para los pobres
[2000]. ¿Y por qué me puse a hacer estas mezclas?
Es cierto que empecé por tomar lo real, lo cotidia20
no, y tratar de transformarlo. Pero un día dije: “No,
lo que sería interesante sería hablar de mis cosas,
de mis preocupaciones verdaderamente íntimas, a
partir de cosas que ya fueron vistas, de cine de
género”. Quería hablar de mis preocupaciones y de
mis angustias de hombre adulto pero conservando
de alguna forma mis sueños de niño. Esto es algo
que me gusta mucho en el cine, no sé si en el cine
en general, pero al menos en mi cine la infancia
nunca está tan lejos, y es algo que no tengo ganas
de perder de vista. Las angustias de hombre adulto
también están muy relacionadas con los sueños de
la infancia y esos sueños de la infancia pueden ser
muy compatibles con los sueños del hombre
adulto. También tenía la idea de universalizar lo
que yo decía. Estoy seguro de que si pongo mi
vida, mis angustias, mis preocupaciones en la
pantalla de cine, mi vida de todos los días no creo
que le interese a nadie, pero también por eso me
interesaba mezclarlo con batallas con espadas,
persecuciones, con otros mundos, con la idea de
inventar otro mundo. También para eso estamos
los cineastas, para eso servimos, para dar una
visión distinta, para abrir los horizontes, para
lograr inven