La revancha del novelista. Yo hice mi primera
película más bien tarde, ya tenía 26 años y lo que
me impulsó a hacerla, a decir verdad, fueron las
ganas de hacerla y nada más. Era como una necesidad, y entre el deseo y la necesidad no sé qué habrá
prevalecido. Escribía novelas, por supuesto muy
malas, y que nadie publicaba. Entonces me dije:
“Ya está, voy a parar, voy a hacer otra cosa”. No
sabía si una obra de teatro, o una novela corta, o un
guion, era algo medio híbrido entre las tres cosas,
hasta que un día dije “Esto tiene que ser una
película”. Y me lancé. Si hubiera sabido lo que me
esperaba cuando me lancé a la realización de esa
película creo que no me hubiera animado. Es cierto
que me fue muy complicado pero al mismo tiempo
me gustaba mucho esa cosa de la película, de la
cámara, de la iluminación, había todo un ambiente,
el sonido que en ese momento grababa con cinta
magnética, el montaje… No es algo que sacralizo,
ahora filmo digitalmente, pero en aquel momento
me gustaba esa idea de la materia, de los materiales. Fue incluso una experiencia muy sensual, algo
importante para que me dieran ganas de hacer una
segunda película.
Al aire libre. Por un lado hice películas en las que
directamente construía un lugar que era como
“otro mundo”, aunque sabiendo perfectamente que
por más que uno trate de inventar otro mundo
siempre se reproduce la experiencia colectiva.
Pero otra pista en mi cine fue partir de la realidad
tal como la percibía, como calculo que todo el
mundo podría percibirla (cualquiera que haya
vivido en el siglo XX podría reconocer lo que le
doy como algo real) y dada esta realidad podemos
ir hacia otra cosa, podemos trascender lo cotidiano
y llevarlo a otra dimensión. Hay veces que busco
decorados que tengan algo especial y trato de
convertirlos en lugares que provienen de “otra
parte”; pero otras tomo decorados muy familiares,
sin nada de extraordinario, para tratar de engrandecerlos, llevarlos a otra dimensión, mistificarlos.
Como por ejemplo en No hay descanso para los
valientes [2003], en la que filmé en locaciones
alrededor de mi casa, pero que traté de filmar
como John Ford filmaba Monument Valley.
El viento, sí, el viento es importante. Pero tan
importante como todos los elementos. Hay algo
fundamental en mí y es que me construí cinematográficamente en los años noventa, usina de un cine
francés que me parecía muy pequeñoburgués, muy
parisino. Las historias transcurrían en París pero
nunca veíamos París, todo ocurría entre cuatro
paredes, en departamentos, eran historias de una
banalidad deprimente. Yo quería salir, abrir
nuevos horizontes, ir a filmar el campo, filmar en
otro lado que no forzosamente tuviera que estar
lejos de mi casa. Tenía ganas de romper con ese
cine urbano y pequeñoburgués. Lo segundo es mi
gusto por el campo. Nací en el campo, soy hijo de
campesinos y cultivo un verdadero gusto por la
naturaleza. También en el sentido de que la naturaleza hace soñar. Flaubert decía que lo más bello, lo
más noble en el arte no es hacer reír o hacer llorar,
sino actuar como la naturaleza, es decir hacer
soñar. Es una idea que me gusta mucho. Lo tercero
es la sensualidad. Ya sea la sensualidad de todos
los días, o i