no la espere porque está terminando unas maquetas con esa amiga embarazada con la que, también
adivinamos junto a la sospecha de Adèle, el amor
de su vida tiene un romance y, finalmente, cuando
Emma la echa de su casa porque Adèle confiesa
una relación con un compañero de trabajo y
Emma, lo sabemos ahora —y también sabemos
que es un poco como Hermes que no mentía pero
tampoco decía toda la verdad— no soporta la
gente mentirosa. Final de la convivencia, del
romance, del despertar de Adèle a la vida sexual;
final de una porción de vida. Antes de esto, el
despertar sexual de Adèle, su iniciación a la vida
por fuera del lycée y de su familia, no parece tan
traumática, apenas el darse cuenta de sus inclinaciones sexuales para con su mismo género y,
cuando conoce a Emma, algo del orden natural de
las cosas aparece allí, el paso a la convivencia no
es más que eso. Después de esto un fuera de campo
total y el encuentro final con Emma y la cegadora
clarividencia de la finitud.
Se pueden buscar algunas cosas más en el film de
Kechiche: la vista de dos clases sociales a través de
las comidas y del discurso, las referencias culturales casi antinómicas a través de la literatura, de la
pintura, y del cine, tallarines y ostras, Marivaux y
Laclos, Klimt y Schiele, Kubrick y Scorsese...
pero no mucho más. Y está muy bien que así sea,
estos son los datos y podemos imaginar cosas por
medio de ellos, no se trata de un film acerca del
contraste social ni una explicación psicologista de
la sexualidad, no es una disección de la burguesía
francesa ni el adentrarse en una profundidad
psíquica para encontrar interpretaciones acerca de
una elección sexual, no es un tratado de esto o
aquello, es un film acerca de un aprendizaje. Sí,
está sostenido por una interpretación sublime de
sus dos protagonistas excluyentes, tal vez más
Adèle que Emma y no sólo porque está presente en
todo su desarrollo sino más bien porque aparece
como más versátil en trasmitir emociones a través
de su rostro —emociones genuinas, no tics
aprehendidos. Sí, las escenas de sexo están coreografiadas y semejan más una pretensión de mostrar
sólo la gracia impoluta de dos cuerpos hermosos
que la búsqueda, siempre vacilante y siempre
inconclusa, de mostrar el placer sexual por fuera
del ángulo correcto y de la luz correcta y del
encuadre perfecto. Puede escandalizar pero esto
está por fuera del film, no hay nada para escandalizarse. La Palma de Oro de Cannes puede sonar a
un gesto político del bueno de Spielberg en un
momento de protestas contra la legalización del
matrimonio homosexual en Francia, pero esto es
nada más que una hipótesis injuriosa. Puede
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parecer que Kechiche abandonó sus inmigrantes
tunecinos a mejor suerte para adoptar definitivamente la nacionalidad cultural fílmica francesa,
esa burguesía tan cara al sentimiento cinematográfico del país que se jacta de haber inventado el cine
(pero no Garrel); aunque esto es una sospecha,
habrá que esperar. La buena de Adèle sólo deseaba
ser maestra