Chubasco en Primavera Nº 11 | Page 38

- Claro. Hemos visto todos esos recortes… - Dile que no pude ir a la estación de buses ese día que él me había puesto en su carta. Que mi padre no se movió en toda la tarde de la casa y que por eso fue imposible salir si- quiera a darle una explicación. ¿Te acordarás de decirle todo? - Tampoco dejaba de ir al mercado…al par- que y las calles que juntos recorrimos tantas veces. - Hmm – dice la mujer desde la cocina, solo para abandonar aquella sonsa conversación que tantas veces se ha repetido. - Si señora, se lo voy a decir - dice la mujer interrumpiendo por un instante el balbuceo de la letra de una antigua canción. - Bueno, y le pones en la carta - continúa des- pués de un rato la anciana - que me mande a decir que cuando puede venir. Que me avise con tiempo. O que me escriba. O mejor me llame por teléfono. Eso, eso es mejor. Me da mucho miedo pensar en que pueda llegar y aparecer aquí cualquier día. No. Él no me da miedo. Me da miedo lo que pueda pasar en ese instante, hace tanto tiempo que no nos vemos. Antes llegaba junto con todos los tu- ristas. La mujer parece no seguir escuchando sino la canción romántica que sale de la pe- queña radio en lo alto de la repisa de la coci- na, mientras continúa su rutina de preparar las verduras para ponerlas en la olla. - ¿Y por qué dejó de venir? - Decía que porque no le daba el tiempo, pero después se olvidó totalmente de eso y la última vez que vino fue para…a ver no recuerdo…cuando…- dice la anciana y se golpea suavemente la cabeza con su mano empuñada. Tras lavar la loza del almuerzo, la pacien- te mujer aprovecha de llamar por teléfono mientras la anciana duerme su ruidosa siesta. La brisa de la tarde parece cuidar el sueño de sus habitantes con su lánguido silencio de la media tarde. - ¿Viste bien la foto? Tienes que acordarte bien, no te puedes equivocar. Dile que yo soy Rosa Ester, del barrio que a él tanto le gusta- ba recorrer. Bueno a él le encantaba recorrer ir y venir todas las mañanas calle arriba calle abajo. Decía que aquel era un paraíso compa- rado con el bullicio de Madrid. Una y otra vez se dedicaba a pasear por los senderos y darle de comer a las aves marinas que tanto quería. Tienes que acordarte de todo. - Señora Bertita...ya no hallo que hacer con su madre...todo el día me habla de don Rober- to...me muestra su foto, me dice como era, lo que él le decía...es todo el santo día lo mis- mo...la llamo para preguntarle qué podemos hacer señora Bertita. La mujer parece cono- cer mejor que nadie el mensaje que ya ha re- cibido a través del teléfono. Guarda silencio y luego le repite una vez más lo de tenerle paciencia. - Si señora - parece rezongar la mujer a la dis- tancia. - ¿Fuiste a buscar a Roberto? - dice la anciana 38